A la gente que le iba mejor que a nosotros les llamábamos acomodados.
Vivían en casas pintadas y con cisterna en los váteres.
Conducían coches de año y marca reconocibles.
A los que les iba peor les llamábamos miserables y no trabajaban.
Sus extraños coches descansaban entre chatarra en corrales llenos de polvo.
Los años pasan y todo es reemplazado.
Pero hay una cosa que aún es cierta.
Nunca me gustó trabajar. Mi meta fue siempre
ser un vago. Le veía merito.
Me gustaba la idea de sentarme en una silla
a la puerta de mi casa durante horas, sin hacer nada
más que llevar puesto el sombrero y beber coca-cola.
¿Qué tiene de malo?Encender un cigarrillo de vez en cuando.
Escupir. Pelar un palo con una navaja.
¿A quién le perjudica? Llamar
de vez en cuando a los perros para ir a cazar conejos.
Pruébalo alguna vez.
Saludar cada poco a un chico gordo y rubio como yo
y preguntarle: “¿No te conozco?”
O mejor: “Eh, ¿qué quieres ser de mayor?”
1 comentario:
Yo todavía noto en la boca el sabor del cuero y del acero que me dejó, ayer noche, el penúltimo relato de "Catedral", titulado "La brida".
Tomás
Publicar un comentario