a Koji Murofushi
Más tarde haré el elogio de su genealogía.
Convertiré sus números, edad, peso y altura,
en hexámetros áureos. Pero en este momento
guardo en mi corazón para siempre el magnífico
gesto con que levanta los brazos y contempla
atónito la esfera con el cable de acero
que porta lo mejor de su potencia, en busca
del impacto perfecto. Seguro del dictamen
mira a la multitud como un enamorado.
Su rostro irradia toda la arrogancia serena
exclusiva de estatuas colosales antiguas.
Y, mientras el clamor lo circunda, yo emprendo
una meditación en torno a lo inaudito.