28 agosto 2009

Curro Fortuny


CIELO RASANTE
Álvaro García


Agradezco, como lector, que la poesía de Francisco Fortuny
sea el soporte perdurable de una energía inusual. De dónde
viene esa energía habrá que preguntárselo a una incondicional fe
en la poesía como respiración del alma, como canto y como
apelación. De los procedimientos con que cuenta en Fortuny esa
fe, puedo decir que dos de los más valiosos -valiosos, sobre
todo, por ir juntos- son la sinceridad y el ingenio.
Sin pretender pronunciarme del todo en la entrañable discusión
sobre la sinceridad en el arte, sí afirmo que hay modos de
sinceridad que no se ahogan en la simple confesión. En
Francisco Fortuny, como en todo creador que sepa doblegarse a
las necesidades últimas de su trabajo, el material biográfico nutre
el arte, pero no es el arte. Del mismo modo que hay poetas que
cuentan lo que les pasa, hay otros que cuentan con lo que les
pasa, que lo tienen en cuenta quiero decir, y que si no despojan
de humanidad sufriente sus poemas, son a la vez conscientes de
que la poesía no es sólo humanidad individual, sino también
vigor hacia una emoción compartible.
Ahí, en ese vigor, es donde el ingenio de Fortuny -ingenio en
los sentidos clásico y moderno de la palabra- interviene
disipando brumas y lástimas, nieblas de una autocompasión que
en él no hay. Atento a las obligaciones de un arte transferible,
con todo lo que de armonía eso conlleva, Francisco Fortuny sabe
elevar a canto, a oración, la miseria neuronal del ser humano
ante sus misterios y los del mundo, la queja entre sí mismo y la
queja entre la gente. Y, aunque en sus versos haya naturaleza y
sociedad, es el ingenio mediador y sabio lo que salva a la
canción de ser acta biológica o política.
Parte de ese ingenio salvador es el ingenio en el sentido más
actual de la palabra: el juego humorístico de la inteligencia,
donde Fortuny logra con rotundidad algo que otros poetas sólo
aciertan o acertamos a rondar mediante un expediente poético
menor: la ironía. Es humor puro y duro lo que hay en Cielo
rasante y en otros textos con los que Fortuny consigue, de
manera plena y hasta el fondo, un desmantelamiento humorístico
del yo, una apuesta en cuestión verbal de cuyo fuego surge la
poesía.
El esfuerzo y el talento de Francisco Fortuny para hacer todo
eso no tiene, para mí, equivalente en la poesía española desde
Claudio Rodríguez. Que los críticos y los antólogos no se
enteren, es ya otro problema. Lo cierto es que en la poesía de
Francisco Fortuny, en su espiritualidad inclasificable, en su
insomne transitar las preguntas de la ciencia, en su amorosa
curiosidad por los hechos contrarios; en su ampararse, en fin, en
la música y en la belleza de un verso protector y alto, no habla un
hombre sino el ser humano. A diferencia de otros lectores y
críticos -que han visto en él más el utillaje que la intención, las
rimas tradicionales que el uso sesgado, oblicuo, de esa
tradición-, me es fácil hablar de Cielo rasante. Me limito a
defender una obra que me defiende como ser humano.

"...y dame un traje de exitoso macho,
dame un disfraz de triunfador fantoche
que me haga rojo sólo en el gazpacho
y negro sólo en luto por la noche,
que ya estoy harto de que a troche y moche
se me tache de chulo y de borracho ..."
(Cielo rasante)