27 julio 2008

Espartaco, un hombre libre

El escritor Howard Fast puso el punto final a su novela Espartaco en 1951. Por entonces acababa de abandonar la prisión de Mill Point, tras cumplir condena por su apoyo a un colectivo que había financiado en Francia la construcción de un hospital, destinado a los refugiados de la República Española, y por negarse a facilitar los nombres de sus compañeros. Era en Estados Unidos la época del “pequeño terror” ( small terror ), de la paranoia anticomunista del senador Joseph McCarthy y del célebre Comité de Actividades Antiestadounidenses. Cientos de intelectuales y artistas y miles de trabajadores activistas fueron juzgados, o excluidos de las industrias en las que hasta entonces habían desarrollado sus tareas, o simplemente amedrentados. Escribe Howard Fast en sus memorias, Being Red , inéditas en español, que entre 1945 y 1952 el “FBI siguió un juego estúpido con nosotros”, de lo cual resultó un informe de la agencia federal en el que se detallaban todos los actos “decentes que acometí en mi vida”. “En estas páginas, no hay crímenes, ni infracciones de la ley, no se documenta ningún acto malvado, ni antiestadounidense, ni indecente...”
Howard Fast, nacido en Nueva York en 1914, había ingresado en el Partido Comunista de Estados Unidos al calor de la Segunda Guerra Mundial. Lo abandonaría en 1956, junto con dos tercios de sus militantes, tras la publicación del informe secreto de Kruschev en el que se denunciaban los crímenes del período estalinista. De modo que Espartaco, la narración de los esclavos que se rebelan contra un régimen opresor, fue escrita en una época particularmente siniestra de la historia de Estados Unidos. Aunque ya era un escritor de éxito, el original de la novela fue rechazado por todos los editores a los que lo envió, unos porque habían recibido amenazas directas de los servicios secretos, otros porque habían decidido acomodarse al clima dominante. El problema no residía en el texto, “una novela entretenida y muy significativa sobre Espartaco y la revuelta de esclavos”, según consta en el informe de lectura interno de la editorial Little y Brown. De hecho, según el mismo lector: “No tengo la menor duda de que si esta novela estuviera firmada por un autor distinto de Howard Fast, se convertiría en un éxito de ventas”. La censura a veces no ha temido tanto al texto como al autor; lo imprevisible no es lo ya escrito, sino lo que pueda escribirse en el futuro. Sobre los libros se pueden hacer comentarios de texto, pero algunos autores pueden hacer comentarios sobre la realidad. Finalmente autoeditada, de Espartaco se vendieron los primeros meses cuarenta mil ejemplares sólo en Estados Unidos, pese a las dificultades de distribución. De esta historia, nosotros hemos conocido la versión cinematográfica producida por Hollywood años después, en 1960, con guión adaptado por Dalton Trumbo –otro escritor perseguido–, y protagonizada por Kirk Douglas. Aunque fue dirigida por Stanley Kubrick, no se le puede atribuir la creación de la película, pues se sumó a ésta cuando ya estaba planificada por completo y el rodaje había comenzado. Existe una diferencia fundamental entre la novela y la película. Mientras que ésta narra la peripecia legendaria de los gladiadores, la novela está protagonizada por los romanos. Este cambio de perspectiva, en las manos de un escritor de talento inmenso, tiene una consecuencia necesaria: su Espartaco nos sumerje sin contemplaciones en el carácter de la época. El mito del esclavo rebelde, pero mártir, que a veces atormentará a los romanos cuando viajen en litera sobre los hombros de los esclavos, cuando se hagan afeitar y lavar por las manos de los esclavos, pertenece en definitiva a los propios romanos. Los historiadores señalan que coincidiendo con la guerra de los gladiadores se produjeron diversos cambios en la legislación de la esclavitud. Tras la completa arbitrariedad inicial, con el tiempo se les fueron concediendo algunos derechos pasivos, como el de mantener unida a la familia en caso de venta, y se articularon algunas medidas para la promoción individual. Podría considerarse una estrategia de división. La esclavitud no fue abolida; sólo puede hablarse de una suavización del trato. La esclavitud, auténtica base de la organización productiva de Roma, no hizo sino aumentar. Durante el gobierno del emperador Tiberio (14-37 d.C.), a un ciudadano que dispusiera de sólo diez esclavos se le consideraba pobre. Era habitual la posesión de doscientos. No sólo se encargaban del servicio doméstico o de las tareas más rudas, como el cultivo de las tierras o la extracción de plata en las minas de Cartagena, donde se dice que se hacinaban cuarenta mil. Había esclavos profesores e ingenieros, administrativos y contables, escultores; unos eran propiedad de particulares, otros del estado, a cuyas órdenes ejecutaban las obras públicas, los acueductos, las vías. Incluso existía un esclavo nomenclator , con la función de apuntar a su amo los nombres de sus numerosos esclavos. Aunque Howard Fast, en el prólogo a la primera edición, descartaba un paralelismo entre la novela y la situación política y social de Estados Unidos, aunque había puesto todo su esfuerzo y su talento para penetrar en la cosmovisión romana y para esclarecer un caso universal de revuelta contra la opresión. Aunque en la versión cinematográfica se representa una entrega voluntaria y festiva de alimentos y regalos por parte de unos pobladores, los esclavos saquearon a su paso numerosos pueblos y ciudades. ¿Cómo evitarlo? Los historiadores recogen que Espartaco corrigió y castigó los excesos de los grupos de incontrolados y que trató a los prisioneros con humanidad. Eunus, el líder de otra revuelta de esclavos que tuvo lugar décadas antes en Sicilia, soliviantó a sus seguidores con profecías. No podemos descartar la influencia de augurios y presagios en los movimientos erráticos de los esclavos, pero esta posibilidad tampoco tendría especial relevancia. La misma Roma no era ajena a ellos y con frecuencia las decisiones de su estado se justificaban de este modo. La racionalidad política es una característica de la modernidad. Pero ¿no son las profecías la expresión de una causa y de un deseo? Poder salir de la península y no salir, poder vencer y no vencer. Se diría que los esclavos liberados no podían abandonar Roma ni dejarse abrazar por ella. Eran romanos, esclavos romanos, unos habían nacido en la civilización romana, muchos otros habían sido contaminados definitivamente por su cultura. Ya no sentían como propio el mundo de los bárbaros, pero el universo romano los oprimía. Cuando Roma los masacró y castigó estaba restableciendo un orden que condenaba a unos de nuevo a la esclavitud, pero también estaba condenándose a sí misma al abandono progresivo de la vía republicana y sus instituciones, para consagrar al ejército, la conspiración y la fuerza bruta como los factores determinantes.