Para que la ausencia se acomode
El silencio se desplaza. Para comprobar que existo aún. Para que la ausencia se acomode. En lo profundo del propio desdén. O en su equilibrio. Como cuando me universo. Como cuando me doy vuelta. Como cuando nadie, ni yo, me pensaría. Tan íntima la cierta forma. La pausa del golpe. El pequeño mundo, así, arrinconado. ¿Dónde se está de más? ¿Dónde desvivirlo todo?
Jaén, 23.8.08 Posted by Josef Mielczarczyk
Como cuando me universo.
Hay letras que se han formado con la misma combinatoria normal que usa lo cotidiano. Si todos practicamos el mismo alfabeto, idéntica gramática, ¿de dónde surge la maravillosa forma?, ¿de la improvisación de la sorpresa? Nace de leer, de asimilar lo que en otros hemos sido lectura. Josef Mielczarczyk hipersensibiliza a Juarroz, Gelman, Girondo, los metafísicos ingleses y el siglo áureo: un "uni-di-verso". Muchos en mucho.
¿Dónde se está de más? ¿Dónde desvivirlo todo?
Jaén, 23.8.08 Posted by Josef Mielczarczyk
29 agosto 2008
Allá van los viejos héroes
TRIBUNA: Antonio Jiménez Barca
Antonio Jiménez Barca 23/08/2008
Pertenezco a una generación que limita al norte con los del Mayo de 68 y al sur con los mileuristas, que empezó a leer con la políticamente incorrecta cartilla Palau (la de la "n" con la "e", "ne", de "negro") y a distinguir la izquierda de la derecha en Barrio Sésamo. Éramos muchos siempre en todas partes: en los columpios, en el colegio y en el instituto, y aprendimos para qué servía de verdad leer gracias a una serie de libros que siempre había por casa, de nombre abstruso y empresarial de tres sustantivos seguidos como un trallazo: Colección Historias Selección.
Se editaron entre mediados de los cincuenta y principios de los ochenta, constaban de tres páginas de texto ("de letra", decíamos) y una cuarta de dibujo e incluían los retratos de los personajes en el lomo formando una tira de cuatro, como en el fotomatón. Cada volumen consistía en una traducción y reducción del original, a veces rebuscada, chapucera e inmisericorde. Pero eran tiempos duros (la "n" con la "e", "ne", de "negro"), así que nos lanzábamos por ellos como sólo puede hacer uno cuando tiene trece años.
Ahora Zeta Bolsilllo ha reeditado algunos. Tal y como eran entonces. Con los mismos dibujos. Con los mismos textos. Y lo primero que hice cuando me enteré de que se vendían fue lo que cualquiera habría hecho en mi lugar: correr a casa y subirme a una silla parar buscar en lo alto de la estantería, y buscar y ojear yo solo, a resguardo de mis hijos pequeños y de mi infancia, los cinco o seis ejemplares que aún conservo. Mi favorito siempre fue la novela Aventuras de un soldado de Napoleón, pero se perdió en alguna mudanza. Sin embargo encuentro Aventuras del mundo submarino, que no era una novela sino un libro de historia de la ciencia, que siempre me pareció un pestiño y que no sé ni quién me lo regaló ni por qué insiste tanto en permanecer a mi lado.
Mi segundo favorito era Los tres mosqueteros. Aún lo tengo: roto, pintado, releído muchas veces: "D'Artagnan embistió a D'Jussac. El joven gascón peleaba como un tigre furioso, dando diez vueltas en derredor de su adversario...".
Subido a la silla recuerdo que a esa edad uno leía guiado por el más puro, egoísta y exigente instinto de placer, que no valían recomendaciones ni intermediarios ni recompensas: no se leía para aprender, sino para sentir. Por eso, en cuanto el libro dejaba de gustarte lo abandonabas a la mitad en cualquier parte sin ningún remordimiento y a otra cosa. Pero si te gustaba, lo que abandonabas en cualquier parte era el resto del mundo a fin de hacer sitio para concentrarte en lo que importaba. Esto es leer de verdad. Para eso sirve leer. A eso me refería antes.
Dice Jaime Gil de Biedma en el ensayo Al pie de la letra que uno tiene toda la vida para saborear En busca del tiempo perdido o Guerra y paz, pero muy pocos años para leer La mina de la pradera o Entre apaches y comanches. Si no lo haces entonces no lo harás jamás. Es cierto. A todos nos ha pasado. Un día creces, y entras en la biblioteca de siempre y compruebas con orgullo que te pertenece casi por entero, que todos los libros de adultos se encuentran por fin a tu alcance. A cambio, descubres que los libros de aventuras de la sección juvenil ya no son para ti, que ése era el precio que había de pagar. Al principio compensa. Al principio.
Los dejo arriba en la estantería y me bajo de la silla. Allá van los viejos héroes, pues, a darse de leches otra vez con los otros libros en la mesa de novedades. La editorial Zeta Bolsillo ha rescatado una docena de títulos (Tom Sawyer, Sandokan, Moby Dick...) y sacará más si el público responde bien. No lo tienen fácil. La competencia es dura, con Harry Potter y los excelentes libros juveniles que ahora se editan. Me da la impresión de que marchan hacia una derrota segura, de que no aguantarán, de que acuden algo desvalidos al combate sin los modernos diseños de ahora, de que se presentan inermes a la rebatiña de las ventas y las compras.
Pero conviene no menospreciar a los viejos héroes. Entre la docena de títulos reeditados se encuentra, cómo no, Los tres mosqueteros. Miro hacia lo alto de la estantería y me dan ganas de guiñarle un ojo. A pesar de todo, tienen una oportunidad. Y sabrán aprovecharla. Porque sólo yo sé lo que ha soportado ese libro, lo que me ha gustado. Créanme si les digo que es un superviviente nato. No se ha rendido jamás: "A D'Jussac le costaba muchísimo defenderse de su adversario. D'Artagnan era listo y ágil y atacaba por todas partes a la vez...".
Antonio Jiménez Barca (Madrid, 1966)
es autor de la novela policiaca Deudas pendientes (El Tercer Nombre).
Antonio Jiménez Barca 23/08/2008
Pertenezco a una generación que limita al norte con los del Mayo de 68 y al sur con los mileuristas, que empezó a leer con la políticamente incorrecta cartilla Palau (la de la "n" con la "e", "ne", de "negro") y a distinguir la izquierda de la derecha en Barrio Sésamo. Éramos muchos siempre en todas partes: en los columpios, en el colegio y en el instituto, y aprendimos para qué servía de verdad leer gracias a una serie de libros que siempre había por casa, de nombre abstruso y empresarial de tres sustantivos seguidos como un trallazo: Colección Historias Selección.
Se editaron entre mediados de los cincuenta y principios de los ochenta, constaban de tres páginas de texto ("de letra", decíamos) y una cuarta de dibujo e incluían los retratos de los personajes en el lomo formando una tira de cuatro, como en el fotomatón. Cada volumen consistía en una traducción y reducción del original, a veces rebuscada, chapucera e inmisericorde. Pero eran tiempos duros (la "n" con la "e", "ne", de "negro"), así que nos lanzábamos por ellos como sólo puede hacer uno cuando tiene trece años.
Ahora Zeta Bolsilllo ha reeditado algunos. Tal y como eran entonces. Con los mismos dibujos. Con los mismos textos. Y lo primero que hice cuando me enteré de que se vendían fue lo que cualquiera habría hecho en mi lugar: correr a casa y subirme a una silla parar buscar en lo alto de la estantería, y buscar y ojear yo solo, a resguardo de mis hijos pequeños y de mi infancia, los cinco o seis ejemplares que aún conservo. Mi favorito siempre fue la novela Aventuras de un soldado de Napoleón, pero se perdió en alguna mudanza. Sin embargo encuentro Aventuras del mundo submarino, que no era una novela sino un libro de historia de la ciencia, que siempre me pareció un pestiño y que no sé ni quién me lo regaló ni por qué insiste tanto en permanecer a mi lado.
Mi segundo favorito era Los tres mosqueteros. Aún lo tengo: roto, pintado, releído muchas veces: "D'Artagnan embistió a D'Jussac. El joven gascón peleaba como un tigre furioso, dando diez vueltas en derredor de su adversario...".
Subido a la silla recuerdo que a esa edad uno leía guiado por el más puro, egoísta y exigente instinto de placer, que no valían recomendaciones ni intermediarios ni recompensas: no se leía para aprender, sino para sentir. Por eso, en cuanto el libro dejaba de gustarte lo abandonabas a la mitad en cualquier parte sin ningún remordimiento y a otra cosa. Pero si te gustaba, lo que abandonabas en cualquier parte era el resto del mundo a fin de hacer sitio para concentrarte en lo que importaba. Esto es leer de verdad. Para eso sirve leer. A eso me refería antes.
Dice Jaime Gil de Biedma en el ensayo Al pie de la letra que uno tiene toda la vida para saborear En busca del tiempo perdido o Guerra y paz, pero muy pocos años para leer La mina de la pradera o Entre apaches y comanches. Si no lo haces entonces no lo harás jamás. Es cierto. A todos nos ha pasado. Un día creces, y entras en la biblioteca de siempre y compruebas con orgullo que te pertenece casi por entero, que todos los libros de adultos se encuentran por fin a tu alcance. A cambio, descubres que los libros de aventuras de la sección juvenil ya no son para ti, que ése era el precio que había de pagar. Al principio compensa. Al principio.
Los dejo arriba en la estantería y me bajo de la silla. Allá van los viejos héroes, pues, a darse de leches otra vez con los otros libros en la mesa de novedades. La editorial Zeta Bolsillo ha rescatado una docena de títulos (Tom Sawyer, Sandokan, Moby Dick...) y sacará más si el público responde bien. No lo tienen fácil. La competencia es dura, con Harry Potter y los excelentes libros juveniles que ahora se editan. Me da la impresión de que marchan hacia una derrota segura, de que no aguantarán, de que acuden algo desvalidos al combate sin los modernos diseños de ahora, de que se presentan inermes a la rebatiña de las ventas y las compras.
Pero conviene no menospreciar a los viejos héroes. Entre la docena de títulos reeditados se encuentra, cómo no, Los tres mosqueteros. Miro hacia lo alto de la estantería y me dan ganas de guiñarle un ojo. A pesar de todo, tienen una oportunidad. Y sabrán aprovecharla. Porque sólo yo sé lo que ha soportado ese libro, lo que me ha gustado. Créanme si les digo que es un superviviente nato. No se ha rendido jamás: "A D'Jussac le costaba muchísimo defenderse de su adversario. D'Artagnan era listo y ágil y atacaba por todas partes a la vez...".
Antonio Jiménez Barca (Madrid, 1966)
es autor de la novela policiaca Deudas pendientes (El Tercer Nombre).
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