Enzensberger pone algunos ejemplos ilustrativos: Goethe apasionado en la geología, la botánica, la fisiología, «por no hablar de la obstinada especulación que fue la Teoría de los colores». En La poesía de la ciencia vuelve sobre este asunto al recordarnos que la filosofía, la poesía y la ciencia surgieron y se desarrollaron paralelamente y, en muchos casos, confundidas entre sí. La raíz común era el mito. La tematización literaria de asuntos científicos nunca cesó y así, durante el siglo XX, autores como Queneau, Primo Levy, Stanislaw Lem o Thomas Pynchon continuaron la tradición de otros siglos. Y Enzensberger cita incluso a autores más contemporáneos como Inger Christensen, Durs Grünbein (del que han sido ya traducidos al español dos poemarios: Zona gris por la mañana y Lección de la base del cráneo, este último muy influido por la fisiología), Lavinia Greenlaw, Lars Gustafsson, Alberto Blanco o Miroslav Holub.
Coleridge solía asistir a las clases de química de la Royal Institution. Un día alguien sorprendido le preguntó por qué acudía a escuchar una materia tan distinta a la que él practicaba. El poeta inglés, contestó: «Para enriquecer mis provisiones de metáforas». Otro inglés, G. H. Hardy, especialista en teoría de los números, pone en boca de su amigo el genetista Steve Jones esta otra frase: «¿Qué sería de la ciencia sin metáforas?».