No la quiero en los sueños, la quiero en la vida, aquí, conmigo, bien vestida por su hijo y orgullosa de que su hijo la proteja. Me ha llevado durante nueve meses y ya no está aquí. Soy un fruto sin árbol, un pollito sin gallina, un leoncito solo en el desierto y tengo frío. Si ella estuviera aquí, me diría: "Llora, mi hijito, después te sentirás mejor". No está aquí y no quiero llorar. No quiero llorar sino junto a ella. Quiero ir a pasear con ella y escucharla como nadie la escuchaba, quiero adularla, quiero halagarla para que pierda su tiempo acompañándome mientras me afeito o me visto. Quiero -si eres Dios, pruébalo-, quiero estar enfermo y que me traiga esos remedios suyos, semillas de lino torradas, molidas y mezcladas con azúcar en polvo, "es bueno para la tos, hijito mío". Quiero que cepille mis trajes, quiero que me cuente cuentos. He sido puesto en este mundo para escuchar los interminables cuentos de mi madre. Quiero su parcialidad para conmigo, quiero que se enoje contra los que no me quieren. Quiero mostrarle mi pasaporte diplomático para ver su deslumbramiento, convencida, mi muy ingenua que es importante tener un pasaporte diplomático. No la desengañaré porque quiero que esté contenta y que me bendiga. Pero también quiero ser un chiquito de antaño, quiero que me dibuje el barco que transporta un gran turrón, quiero que me dibuje sus flores ingenuas que trataré de copiar, quiero que me anude la corbata y que me dé un golpecito después. Quiero ser el chiquito de Mamá, un chiquito muy juicioso que, cuando está enfermo, le gusta aferrarse al ruedo de la falda de Mamá sentada junto a su cama. Cuando sujeto el ruedo de su falda nadie puede nada contra mí. ¿Soy ridículo hablando así a mi edad? Pues lo seré.
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2 comentarios:
bello, muy bello...
Realmente profundo, impactante. Imposible no pensar en nuestra propia madre y valorarla para quienes la tenemos a nuestro lado.
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