LA LATA CHINA
Aún conserva el fino aroma del té
increíble su constancia en una esquina
de la vieja cocina de mi madre.
A través de los años y los viajes
la he visto inmóvil en su sitio,
encima del lejano aparador
en la casa de Junín 381, muerta
niñez y pubertad infinita a
quíen Santa Isabel de nuevo la alacena,
el lavadero y la esquina con su lata.
Nadie la usa. Olvidada permanece y
es roja y es negra y es dorada.
La miro diariamente y no entiendo
qué hace allí embadurnada de tiempo.
No he podido tocarla, quizás si la abro
brote un genio oriental
el espíritu de este fino atardecer,
su dueña original.
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