04 septiembre 2009

Corre rocker. Sabino Méndez.

De una manera superficial, veíamos en esa generación una obsesión por el desgarro de la contienda del treinta y seis que nos parecía aburrida, provinciana y anclada en el pasado. Ingenuamente, pensábamos que, por no haber sido traumática para nosotros, la memoria de la guerra civil tampoco nos marcaría. De manera injusta, hacíamos un mismo paquete odioso con el cansancio de ese tema y otras preocupaciones de la generación precedente (masturbación culpable, problemas para aceptar la pulsión sexual indiscriminada, etc.). Aceptábamos nuestras ventajas como si fuera la normalidad, sin darnos cuenta de lo excepcional de nuestro caso. Los que debutamos como adolescentes ambiciosos en 1977 disfrutamos de una educación extraña e irrepetible. Hasta los doce o trece años recibimos en las escuelas los últimos y descafeinados rigores de la catequesis tardofranquista que, con la vista puesta en el futuro, ya ensañaba sus patéticos intentos de puesta al día. Eso nos otorgó perspectiva suficiente como para valorar hasta qué punto podía haber resultado desesperante y opresivo recibir toda tu educación en ese ambiente de fariseísmo. justo cuando empezábamos a segregar las hormonas de la edad más decisiva, empezó la transición democrática. Desfilaron entonces por aquellos colegios unos sexólogos y psicólogos que contradecían abiertamente la versión de la vida promovida por los sacerdotes apenas dieciocho meses antes. Esa visión tan seguida de las dos caras de la moneda creó toda una generación de escépticos posibilistas, de saludables cachorros de fauno. El grupo más efectivo de ácratas y terroristas culturales que he conocido tenía quince años y era un curso completo de bachillerato. El mayor susto para la gente de orden en cualquier época de transición hacia unas libertades puede ser comprobar con qué naturalisdad germina la semilla del librepensamiento entre los jóvenes.

28 agosto 2009

Curro Fortuny


CIELO RASANTE
Álvaro García


Agradezco, como lector, que la poesía de Francisco Fortuny
sea el soporte perdurable de una energía inusual. De dónde
viene esa energía habrá que preguntárselo a una incondicional fe
en la poesía como respiración del alma, como canto y como
apelación. De los procedimientos con que cuenta en Fortuny esa
fe, puedo decir que dos de los más valiosos -valiosos, sobre
todo, por ir juntos- son la sinceridad y el ingenio.
Sin pretender pronunciarme del todo en la entrañable discusión
sobre la sinceridad en el arte, sí afirmo que hay modos de
sinceridad que no se ahogan en la simple confesión. En
Francisco Fortuny, como en todo creador que sepa doblegarse a
las necesidades últimas de su trabajo, el material biográfico nutre
el arte, pero no es el arte. Del mismo modo que hay poetas que
cuentan lo que les pasa, hay otros que cuentan con lo que les
pasa, que lo tienen en cuenta quiero decir, y que si no despojan
de humanidad sufriente sus poemas, son a la vez conscientes de
que la poesía no es sólo humanidad individual, sino también
vigor hacia una emoción compartible.
Ahí, en ese vigor, es donde el ingenio de Fortuny -ingenio en
los sentidos clásico y moderno de la palabra- interviene
disipando brumas y lástimas, nieblas de una autocompasión que
en él no hay. Atento a las obligaciones de un arte transferible,
con todo lo que de armonía eso conlleva, Francisco Fortuny sabe
elevar a canto, a oración, la miseria neuronal del ser humano
ante sus misterios y los del mundo, la queja entre sí mismo y la
queja entre la gente. Y, aunque en sus versos haya naturaleza y
sociedad, es el ingenio mediador y sabio lo que salva a la
canción de ser acta biológica o política.
Parte de ese ingenio salvador es el ingenio en el sentido más
actual de la palabra: el juego humorístico de la inteligencia,
donde Fortuny logra con rotundidad algo que otros poetas sólo
aciertan o acertamos a rondar mediante un expediente poético
menor: la ironía. Es humor puro y duro lo que hay en Cielo
rasante y en otros textos con los que Fortuny consigue, de
manera plena y hasta el fondo, un desmantelamiento humorístico
del yo, una apuesta en cuestión verbal de cuyo fuego surge la
poesía.
El esfuerzo y el talento de Francisco Fortuny para hacer todo
eso no tiene, para mí, equivalente en la poesía española desde
Claudio Rodríguez. Que los críticos y los antólogos no se
enteren, es ya otro problema. Lo cierto es que en la poesía de
Francisco Fortuny, en su espiritualidad inclasificable, en su
insomne transitar las preguntas de la ciencia, en su amorosa
curiosidad por los hechos contrarios; en su ampararse, en fin, en
la música y en la belleza de un verso protector y alto, no habla un
hombre sino el ser humano. A diferencia de otros lectores y
críticos -que han visto en él más el utillaje que la intención, las
rimas tradicionales que el uso sesgado, oblicuo, de esa
tradición-, me es fácil hablar de Cielo rasante. Me limito a
defender una obra que me defiende como ser humano.

"...y dame un traje de exitoso macho,
dame un disfraz de triunfador fantoche
que me haga rojo sólo en el gazpacho
y negro sólo en luto por la noche,
que ya estoy harto de que a troche y moche
se me tache de chulo y de borracho ..."
(Cielo rasante)

22 julio 2009

Gracián nunca tuvo razón: “lo bueno si breve, nunca se abrevie”.

Informe 22 -07- 09:

“boxeo sobre hielo”

He vuelto a creer novelas.
He vuelto a leer novelas de autores vivos, de un autor vivo.

19 julio 2009

Pronto

Luciano de Samosata lo vio, Lewis C., Orwell, Huxley, J.R.R Tolkien.

18 febrero 2009

Pessoa/Alberto Caeiro

Sí, escribo versos y la piedra no escribe versos.
Sí, hago ideas sobre el mundo y la planta no.
Pero es que las piedras no son poetas, son piedras;
y las plantas son sólo plantas, y no pensadores.
Tanto puedo decir que soy por esto superior a ellas
como que soy inferior.
Pero no digo eso: digo de una piedra: "es una piedra";
digo de la planta: "es una planta";
digo de mí: "soy yo".
Y no digo nada más. ¿Qué más hay que decir?