31 mayo 2008
Holzapfel
"Mas, cuando se dice que la idea del no-ser significa ausencia de ser, ¿no se dice con ello que el no-ser es esa ausencia?".
30 mayo 2008
Parménides
"Necesario es decir y pensar que sólo lo ente es; porque ser es, una nada, al contrario, no es".
29 mayo 2008
Agustín de Hipona
"Abandona todo lo exterior... Desciende dentro de ti mismo, preséntate en tu propio sagrario, que es tu mente" "
28 mayo 2008
Otro idioma
FUCK
Una de las teorías del término inglés fuck dice que, en la Gran Bretaña medieval, la gente no podía tener sexo sin contar con el consentimiento del Rey -a menos de que se tratara de un miembro de la familia real- así que, cuando los matrimonios querían tener un hijo, debían solicitar un permiso al monarca, quien les entregaba una placa que tenían que colgar fuera de su puerta mientras tenían relaciones. Dicha placa decía: "Fornication Under consent of the King", cuyo acrónimo es Fuck.
Una de las teorías del término inglés fuck dice que, en la Gran Bretaña medieval, la gente no podía tener sexo sin contar con el consentimiento del Rey -a menos de que se tratara de un miembro de la familia real- así que, cuando los matrimonios querían tener un hijo, debían solicitar un permiso al monarca, quien les entregaba una placa que tenían que colgar fuera de su puerta mientras tenían relaciones. Dicha placa decía: "Fornication Under consent of the King", cuyo acrónimo es Fuck.
27 mayo 2008
Cesar Vásquez López
ESCRITOS SIN FUTURO
El hombre como paradoja; el hombre como sujeto cognoscente, son los factores que configuran el decurso ético y estético de Martín Hopenhayn en estos aforismos, y por ende, el germen vivencial de la dialéctica de su libro "Escritos sin Futuro". El horizonte en que Hopenhayn cimenta su exégesis del conocimiento, reside en la sustancia de su pensar. Pensamiento que irrumpe como rasgo ontológico, el cual permite a su vez, que de la conjugación entre sujeto y objeto no emerja un valor axiomático, sino más bien, lo posible real en un infinito desconocido. Estos aforismos no representan una filosofía de lo puramente abstracto; diríase, que están mucho más cercanos a la noción de tangibilidad. De hecho, desde este universo filosófico del hombre y su circunstancia se produce el salto originario de lo mensurable a lo inmensurable. No hay una idealización del sentido óntico, pero sus ideas tampoco son meramente aporías descriptivas. Por consiguiente, el devenir ético y estético de estos escritos está regido fundamentalmente por un pathos místico. Tras reemprender el análisis de estos adagios podemos preguntarnos por su acepción más profunda. Al parecer, de aquí se desprende que el hombre no es mundo, más bien tiene mundo. La sentencia Socrática: "Conócete a ti mismo" surge en este texto como imperativo moral. Para Hopenhayn el hombre en cuanto espíritu en cuanto intelecto, sabe que su existencia no puede cuantificarse conceptualmente. En efecto, el concepto adquiere razón de ser según la tesis básica del existencialismo, porque es en el hombre (Anthopos) donde está su origen. No obstante, sólo como premisa filosófica esta definición puede alcanzar algún grado de validez, puesto, que el hombre nunca logra ser aprehendido en su totalidad. "Yo no soy lo que conozco, y yo no conozco lo que soy" nos dice Jaspers. Empero, ¿es Hopenhayn un heredero del nihilismo? Es obvio que no pretende una ruptura total con el mundo escatológico. A pesar de tener la misma pulsión interior de Nietzsche no usa el lenguaje como instrumento para destruir lo divino del hombre. Acaso, ¿insinúa redimir la metafísica? Por lo menos, en sus reflexiones el ´Nous´ Aristotélico, el ´Logos´ Cristiano y el ´Espíritu´ Hegeliano no constituyen la terminología que él busca asumir. En suma, su cavilar existencial se sitúa, ¿entre Sartre o Heidegger? Evidente es que no construye sus interrogantes desde el ´No-ser´. Es más, no es un representante de la ´la Heroicidad de la Nada´ como se denomina a estos filósofos. En el prologo de "Escritos sin Futuro", Hopenhayn escribe: "Sensación de que el escepticismo es lúcido pero obnubilante, y que la luz de la crítica acaba por incendiar todo lo que ilumina". Percibo el mismo grado de angustia y perplejidad cuando Kierkegaard denuncia: "Mi pensamiento principal fue que nosotros con el saber hemos olvidado el existir". Debemos consignar, que a pesar de su fuerza creadora Hopenhayn no posee el acento religioso de Kierkegaard. Este cúmulo de percepciones que Hopenhayn enuncia en su ´Prólogo´, nos introducen en el alucinante reino de su utopía interior. En realidad, estas intuiciones bien parecen submundos oníricos que encienden su vocablo. Su voz poética se transforma. Asume la forma de un elemento vital, ya no como un eco que agita el alma, sí como un fluir perenne que lo abarca todo, porque forma parte de un todo. Describo a continuación un trozo de un aforismo: "Sensación que somos de agua, y como tales nuestra combinación es fluir y derramarnos, salpicar y ser navegados, mojar y ser bebidos, ahogar y saciar la sed de los demás, transitar entre recipientes al acecho de una residencia que insiste en postergarse". Valoro: tal poder torrencial del agua presupone el caudal imaginativo del hombre para escudriñar en sus enigmas y silencios. Asevero: para alzar el vuelo lúcido; cual pájaro que ha desentrañado y roto las cadenas de "este tejido de inacabables madres", como así denomina Hopenhayn a sus sensaciones. Estructurado en siete partes, este libro nos va mostrando otros aforismos que por ejemplo llevan por nombre ´Escrito para una Política Individual´. Es manifiesto, que en el entorno de estas sentencias se perfilan los primeros matices que nos encauzan al mundo del filosofar. Sintetizo: "Sé tú mismo: ¿Significa que no puedo ser nada que no sea yo...? ¿Y después de tanta consistencia, qué sitio queda para ese otro que forzosamente soy?". En resumen, ¿cómo esclarecer este orbe subjetivo? Con todo, ¿no fue en vano el intento de Harry Hallers (El Lobo Estepareo de Hesse) por descifrar aquella dualidad intrínseca? Prosigue Hopenhayn en sus honduras reflexivas: "La belleza inventa siempre un transitar entre lo real y lo posible, entre el dolor y la eliminación del dolor. Este transitar no es percibido como tal, sino como un universo completo, más allá del cual no hay y dentro del cual la vida mantiene su mayor tensión" En rigor, a la verdad es tal la connotación de la palabra ´belleza´, que podría redactarse todo un tratado sobre este tema. En definitiva, a modo de encauzar la cuestión esbozada por el autor me abocaré a decir que no se asemeja con las interpretaciones ni de Platón ni de Plotino , en cambio sí con el sentir dionisíaco de Nietzsche. ´Escrito desde la Mala Conciencia´ conforma la tercera parte de este texto. Veamos: "La cruel sabiduría: sólo revela lo inaccesible". Como respuesta expongo la revelación de Mefistófeles a Fausto: "Yo soy una parte que en un principio lo era todo" (del Fausto de Goethe). Seguimos: "Pecado original: origen del camino de regreso (no hubo tiempo para el camino de ida, ni siquiera para saber que íbamos de ida), comienzo de una madeja que se enreda en el comienzo: por medio de un capricho divino el mal asume la forma de un bien, pero prohibido". Medito: ¿en qué albor de la eternidad el hombre poseyó el conocimiento?; y ¿para qué tal cognición?; ¿para qué torturar al hombre con la Serpiente?. Interrogantes todas que se desprenden del razonamiento de Hopenhayn. En la séptima división de estos postulados: ´Pos-Scriptum´ plasmo esta frase: "Volver al paraíso sólo para salir disparado de una vez más, pero con una fuerza inédita". Exclamo: ¿Con qué fin? ¿Para morder la Serpiente y ser libre del designio celestial? ¿Es Martín Hopenhayn Filósofo? A juzgar por sus aforismos tiene todo el temple. ¿Poeta quizá? Escribe en prosa; es profundo eso sí; y sus imágenes son herederas de una potencia singular. El adjetivo preciso: escritor. Entre tanto, el tiempo irá decantando su talento y su definitiva identidad.
El hombre como paradoja; el hombre como sujeto cognoscente, son los factores que configuran el decurso ético y estético de Martín Hopenhayn en estos aforismos, y por ende, el germen vivencial de la dialéctica de su libro "Escritos sin Futuro". El horizonte en que Hopenhayn cimenta su exégesis del conocimiento, reside en la sustancia de su pensar. Pensamiento que irrumpe como rasgo ontológico, el cual permite a su vez, que de la conjugación entre sujeto y objeto no emerja un valor axiomático, sino más bien, lo posible real en un infinito desconocido. Estos aforismos no representan una filosofía de lo puramente abstracto; diríase, que están mucho más cercanos a la noción de tangibilidad. De hecho, desde este universo filosófico del hombre y su circunstancia se produce el salto originario de lo mensurable a lo inmensurable. No hay una idealización del sentido óntico, pero sus ideas tampoco son meramente aporías descriptivas. Por consiguiente, el devenir ético y estético de estos escritos está regido fundamentalmente por un pathos místico. Tras reemprender el análisis de estos adagios podemos preguntarnos por su acepción más profunda. Al parecer, de aquí se desprende que el hombre no es mundo, más bien tiene mundo. La sentencia Socrática: "Conócete a ti mismo" surge en este texto como imperativo moral. Para Hopenhayn el hombre en cuanto espíritu en cuanto intelecto, sabe que su existencia no puede cuantificarse conceptualmente. En efecto, el concepto adquiere razón de ser según la tesis básica del existencialismo, porque es en el hombre (Anthopos) donde está su origen. No obstante, sólo como premisa filosófica esta definición puede alcanzar algún grado de validez, puesto, que el hombre nunca logra ser aprehendido en su totalidad. "Yo no soy lo que conozco, y yo no conozco lo que soy" nos dice Jaspers. Empero, ¿es Hopenhayn un heredero del nihilismo? Es obvio que no pretende una ruptura total con el mundo escatológico. A pesar de tener la misma pulsión interior de Nietzsche no usa el lenguaje como instrumento para destruir lo divino del hombre. Acaso, ¿insinúa redimir la metafísica? Por lo menos, en sus reflexiones el ´Nous´ Aristotélico, el ´Logos´ Cristiano y el ´Espíritu´ Hegeliano no constituyen la terminología que él busca asumir. En suma, su cavilar existencial se sitúa, ¿entre Sartre o Heidegger? Evidente es que no construye sus interrogantes desde el ´No-ser´. Es más, no es un representante de la ´la Heroicidad de la Nada´ como se denomina a estos filósofos. En el prologo de "Escritos sin Futuro", Hopenhayn escribe: "Sensación de que el escepticismo es lúcido pero obnubilante, y que la luz de la crítica acaba por incendiar todo lo que ilumina". Percibo el mismo grado de angustia y perplejidad cuando Kierkegaard denuncia: "Mi pensamiento principal fue que nosotros con el saber hemos olvidado el existir". Debemos consignar, que a pesar de su fuerza creadora Hopenhayn no posee el acento religioso de Kierkegaard. Este cúmulo de percepciones que Hopenhayn enuncia en su ´Prólogo´, nos introducen en el alucinante reino de su utopía interior. En realidad, estas intuiciones bien parecen submundos oníricos que encienden su vocablo. Su voz poética se transforma. Asume la forma de un elemento vital, ya no como un eco que agita el alma, sí como un fluir perenne que lo abarca todo, porque forma parte de un todo. Describo a continuación un trozo de un aforismo: "Sensación que somos de agua, y como tales nuestra combinación es fluir y derramarnos, salpicar y ser navegados, mojar y ser bebidos, ahogar y saciar la sed de los demás, transitar entre recipientes al acecho de una residencia que insiste en postergarse". Valoro: tal poder torrencial del agua presupone el caudal imaginativo del hombre para escudriñar en sus enigmas y silencios. Asevero: para alzar el vuelo lúcido; cual pájaro que ha desentrañado y roto las cadenas de "este tejido de inacabables madres", como así denomina Hopenhayn a sus sensaciones. Estructurado en siete partes, este libro nos va mostrando otros aforismos que por ejemplo llevan por nombre ´Escrito para una Política Individual´. Es manifiesto, que en el entorno de estas sentencias se perfilan los primeros matices que nos encauzan al mundo del filosofar. Sintetizo: "Sé tú mismo: ¿Significa que no puedo ser nada que no sea yo...? ¿Y después de tanta consistencia, qué sitio queda para ese otro que forzosamente soy?". En resumen, ¿cómo esclarecer este orbe subjetivo? Con todo, ¿no fue en vano el intento de Harry Hallers (El Lobo Estepareo de Hesse) por descifrar aquella dualidad intrínseca? Prosigue Hopenhayn en sus honduras reflexivas: "La belleza inventa siempre un transitar entre lo real y lo posible, entre el dolor y la eliminación del dolor. Este transitar no es percibido como tal, sino como un universo completo, más allá del cual no hay y dentro del cual la vida mantiene su mayor tensión" En rigor, a la verdad es tal la connotación de la palabra ´belleza´, que podría redactarse todo un tratado sobre este tema. En definitiva, a modo de encauzar la cuestión esbozada por el autor me abocaré a decir que no se asemeja con las interpretaciones ni de Platón ni de Plotino , en cambio sí con el sentir dionisíaco de Nietzsche. ´Escrito desde la Mala Conciencia´ conforma la tercera parte de este texto. Veamos: "La cruel sabiduría: sólo revela lo inaccesible". Como respuesta expongo la revelación de Mefistófeles a Fausto: "Yo soy una parte que en un principio lo era todo" (del Fausto de Goethe). Seguimos: "Pecado original: origen del camino de regreso (no hubo tiempo para el camino de ida, ni siquiera para saber que íbamos de ida), comienzo de una madeja que se enreda en el comienzo: por medio de un capricho divino el mal asume la forma de un bien, pero prohibido". Medito: ¿en qué albor de la eternidad el hombre poseyó el conocimiento?; y ¿para qué tal cognición?; ¿para qué torturar al hombre con la Serpiente?. Interrogantes todas que se desprenden del razonamiento de Hopenhayn. En la séptima división de estos postulados: ´Pos-Scriptum´ plasmo esta frase: "Volver al paraíso sólo para salir disparado de una vez más, pero con una fuerza inédita". Exclamo: ¿Con qué fin? ¿Para morder la Serpiente y ser libre del designio celestial? ¿Es Martín Hopenhayn Filósofo? A juzgar por sus aforismos tiene todo el temple. ¿Poeta quizá? Escribe en prosa; es profundo eso sí; y sus imágenes son herederas de una potencia singular. El adjetivo preciso: escritor. Entre tanto, el tiempo irá decantando su talento y su definitiva identidad.
26 mayo 2008
Una oscuridad esencial - Fabián Casas
Hay una oscuridad esencial en esta calle.
Un único farol ilumina el contorno
y árboles domesticados, altísimos,
producen una música de acuerdo al viento.
Miro a mi perro,
una conciencia a ras del piso
que hurga y mea en la tierra
y pienso en mí, hundido
en el lenguaje, sin oportunidad,
sosteniendo una correa que denota lo que fue necesario para
estar unidos.
Hay una oscuridad esencial en esta calle.
Un único farol ilumina el contorno
y árboles domesticados, altísimos,
producen una música de acuerdo al viento.
Miro a mi perro,
una conciencia a ras del piso
que hurga y mea en la tierra
y pienso en mí, hundido
en el lenguaje, sin oportunidad,
sosteniendo una correa que denota lo que fue necesario para
estar unidos.
El soldado y la muerte [Cuento folclórico ruso]
Alekandr Nikoalevich Afanasiev
Un soldado, después de haber cumplido su servicio durante veinticinco años, pidió ser licenciado y se fue a correr mundo.
Anduvo algún tiempo, y se encontró a un pobre que le pidió limosna. El soldado tenía sólo tres galletas y dio una al mendigo, quedándose él con dos. Siguió su camino, y a poco tropezó con otro pobre que también le pidió limosna saludándolo humildemente. El soldado repartió con él su provisión, dándole una galleta y quedándose él con la última.
Llevaba andando un buen rato cuando se encontró a un tercer mendigo. Era un anciano de pelo blanco como la nieve, que también lo saludó humildemente pidiéndole limosna. El soldado sacó su última galleta y reflexionó así:
«Si le doy la galleta entera me quedaré sin provisiones; pero si le doy la mitad y encuentra a los otros dos pobres, al ver que a ellos les he dado una galleta entera a cada uno se podrá ofender. Será mejor que le dé la galleta entera; yo me podré pasar sin ella.»
Le dio su última galleta, quedándose sin provisiones. Entonces el anciano le preguntó:
-Dime, hijo mío, ¿qué deseas y qué necesitas?
-Dios te bendiga -le contestó el soldado-. ¿Qué quieres que te pida a ti, abuelito, si eres tan pobre que nada puedes ofrecerme?
-No hagas caso de mi miseria y dime lo que deseas; quizá pueda recompensarte por tu buen corazón.
-No necesito nada; pero si tienes una baraja, dámela como recuerdo tuyo.
El anciano sacó de su bolsillo una baraja y se la dio al soldado, diciendo:
-Tómala, y puedes estar seguro de que, juegues con quien juegues, siempre ganarás. Aquí tienes también una alforja; a quien encuentres en el camino, sea persona, sea animal o sea cosa, si la abres y dices: «Entra aquí», en seguida se meterá en ella.
-Muchas gracias -le dijo el soldado.
Y sin dar importancia a lo que el anciano le había dicho, tomó la baraja y la alforja y siguió su camino.
Después de andar bastante tiempo llegó a la orilla de un lago y vio en él tres gansos que estaban nadando. Se le ocurrió al soldado ensayar su alforja; la abrió y exclamó:
-¡Ea, gansos, entren aquí!
Apenas tuvo tiempo de pronunciar estas palabras cuando, con gran asombro suyo, los gansos volaron hacia él y entraron en la alforja. El soldado la ató, se la puso al hombro y siguió su camino.
Anduvo, anduvo y al fin llegó a una gran ciudad desconocida. Entró en una taberna y dijo al tabernero:
-Oye, toma este ganso y ásamelo para cenar; por este otro me darás pan y una buena copa de aguardiente, y este tercero te lo doy a ti en pago de tu trabajo.
Se sentó a la mesa y, una vez lista la cena, se puso a comer, bebiéndose el aguardiente y comiéndose el sabroso ganso. Conforme cenaba, se le ocurrió mirar por la ventana y vio cerca de la taberna un magnífico palacio que tenía rotos todos los cristales de las ventanas.
-Dime -preguntó al tabernero-, ¿qué palacio es ése y por qué se halla abandonado?
-Ya hace tiempo -le dijo éste- que nuestro zar hizo construir ese palacio, pero le fue imposible establecerse en él. Hace ya diez años que está abandonado, porque los diablos lo han tomado por residencia y echan de él a todo el que entra. Apenas llega la noche se reúnen allí a bailar, alborotar y jugar a los naipes.
El soldado, sin pararse a pensar en nada, se dirigió a palacio, se presentó ante el zar, y haciendo un saludo militar, le dijo así:
-¡Majestad! Perdóname mi audacia por venir a verte sin ser llamado. Quisiera que me dieses permiso para pasar una noche en tu palacio abandonado.
-¡Tú estás loco! Se han presentado ya muchos hombres audaces y valientes pidiéndome lo mismo; a todos les di permiso, pero ninguno de ellos ha vuelto vivo.
-El soldado ruso ni se ahoga en el agua ni se quema en el fuego -contestó el soldado-. He servido a Dios y al zar veinticinco años y no me he muerto. ¿Crees que ahora me voy a morir en una sola noche?
-Pero te advierto que siempre que ha entrado al anochecer un hombre vivo, a la mañana siguiente sólo se han encontrado los huesos -contestó el zar.
El soldado persistió en su deseo, rogando al zar que le diese permiso para pasar la noche en el palacio abandonado.
-Bueno -dijo al fin el zar-. Ve allí si quieres; pero no podrás decir que ignoras la muerte que te espera.
Se fue el soldado al palacio abandonado, y una vez allí se instaló en la gran sala, se quitó la mochila y el sable, puso la primera en un rincón y colgó el sable de un clavo. Se sentó a la mesa, sacó la tabaquera, llenó la pipa, la encendió y se puso a fumar tranquilamente.
A las doce de la noche acudieron, no se sabe de dónde, una cantidad tan grande de diablos que no era posible contarlos. Empezaron a gritar, a bailar y alborotar, armando una algarabía infernal.
-¡Hola, soldado! ¿Estás tú también aquí? -gritaron al ver a éste-. ¿Para qué has venido? ¿Acaso quieres jugar a los naipes con nosotros?
-¿Por qué no he de querer? -repuso el soldado-. Ahora que con una condición: hemos de jugar con mi baraja, porque no tengo fe en la de ustedes.
En seguida sacó su baraja y empezó a repartir las cartas. Jugaron un juego y el soldado ganó; la segunda vez ocurrió lo mismo. A pesar de todas las astucias que inventaban los diablos, perdieron todo el dinero que tenían, y el soldado iba recogiéndolo tranquilamente.
-Espera, amigo -le dijeron los diablos-; tenemos una reserva de cincuenta arrobas de plata y cuarenta de oro: vamos a jugar esa plata y ese oro.
Mandaron a un diablejo para que les trajese los sacos de la reserva y continuaron jugando. El soldado seguía ganando, y el pequeño diablejo, después de traer todos los sacos de plata, se cansó tanto que, con el aliento perdido, suplicó al viejo diablo calvo:
-Permíteme descansar un ratito.
-¡Nada de descanso, perezoso! ¡Tráenos en seguida los sacos de oro!
El diablejo, asustado, corrió a todo correr y siguió trayendo los sacos de oro, que pronto se amontonaron en un rincón. Pero el resultado fue el mismo: el soldado seguía ganando.
Los diablos, a quienes no agradaba separarse de su dinero, derribaron la mesa a patadas y atacaron al soldado, rugiendo a coro:
-Despedácenlo, despedácenlo.
Pero el soldado, sin turbarse, cogió su alforja, la abrió y preguntó:
-¿Saben qué es esto?
-Una alforja -le contestaron los diablos.
-¡Pues entren todos aquí!
Apenas pronunció estas palabras, todos los diablos en pelotón se precipitaron en la alforja, llenándola por completo, apretados unos a otros. El soldado la ató lo más fuerte posible con una cuerda, la colgó de la pared, y luego, echándose sobre los sacos de dinero, se durmió profundamente sin despertar hasta la mañana.
Muy temprano, el zar dijo a sus servidores:
-Vayan a ver lo que le ha sucedido al soldado, y si se ha muerto, recojan sus huesos.
Los servidores llegaron al palacio y vieron con asombro al soldado paseándose contentísimo por las salas fumando su pipa.
-¡Hola, amigo! Ya no esperábamos verte vivo. ¿Qué tal has pasado la noche? ¿Cómo te las has arreglado con los diablos?
-¡Valientes personajes son esos diablos! ¡Miren cuánto oro y cuánta plata les he ganado a los naipes!
Los servidores del zar se quedaron asombrados y no se atrevían a creer lo que veían sus ojos.
-Se han quedado todos con la boca abierta -siguió diciendo el soldado-. Envíenme pronto dos herreros y díganles que traigan con ellos el yunque y los martillos.
Cuando llegaron los herreros trayendo consigo el yunque y los martillos de batir, les dijo el soldado:
-Descuelguen esa alforja de la pared y den buenos golpes sobre ella.
Los herreros se pusieron a descolgar la alforja y hablaron entre ellos:
-¡Dios mío, cuánto pesa! ¡Parece como si estuviera llena de diablos!
Y éstos exclamaron desde dentro:
-Somos nosotros, queridos amigos.
Colocaron el yunque con la alforja encima y se pusieron a golpear sobre ella con los martillos como si estuviesen batiendo hierro. Los diablos, no pudiendo soportar el dolor, llenos de espanto, gritaron con todas sus fuerzas:
-¡Gracia, gracia, soldado! ¡Déjanos libres! ¡Nunca te olvidaremos y ningún diablo entrará jamás en este palacio ni se acercará a él en cien leguas a la redonda!
El soldado ordenó a los herreros que cesasen de golpear, y apenas desató la alforja los diablos echaron a correr sin siquiera mirar atrás; en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron del palacio. Pero no todos tuvieron la suerte de escapar: el soldado detuvo, como prisionero en rehenes, a un diablo cojo que no pudo correr como los demás.
Cuando anunciaron al zar las hazañas del soldado, lo hizo venir a su presencia, lo alabó mucho y lo dejó vivir en palacio. Desde entonces el valiente soldado empezó a gozar de la vida, porque todo lo tenía en abundancia: los bolsillos rebosando dinero, el respeto y consideración de toda la gente, que cuando se lo encontraban le hacían reverencias respetuosas, y el cariño de su zar.
Se puso tan contento que quiso casarse. Buscó novia, celebraron la boda y, para colmo de bienes, obtuvo de Dios la gracia de tener un hijo al año de su matrimonio.
Poco tiempo después se puso enfermo el niño y nadie lograba curarlo. Cuantos médicos y curanderos lo visitaban no conseguían ninguna mejoría. Entonces el soldado se acordó del diablo cojo; trajo la alforja donde lo tenía encerrado y le preguntó:
-¿Estás vivo, Diablo?
-Sí, estoy vivo. ¿Qué deseas, señor mío?
-Se ha puesto enfermo mi hijo y no sé qué hacer con él. Quizá tú sepas cómo curarlo.
-Sí sé. Pero ante todo déjame salir de la alforja.
-¿Y si me engañas y te escapas?
El diablo cojo le juró que ni siquiera un momento había tenido esa idea, y el soldado, desatando la alforja, puso en libertad a su prisionero.
El diablo, recobrando su libertad, sacó un vaso de su bolsillo, lo llenó de agua de la fuente, lo colocó a la cabecera de la cama donde estaba tendido el niño enfermo y dijo al padre:
-Ven aquí, amigo, mira el agua.
El soldado miró el agua, y el diablo le preguntó:
-¿Qué ves?
-Veo la Muerte.
-¿Dónde se halla?
-A los pies de mi hijo.
-Está bien. Si está a los pies, quiere decir que el enfermo se curará. Si hubiese estado a la cabecera, se hubiese muerto sin remedio. Ahora toma el vaso y rocía al enfermo.
El soldado roció al niño con el agua, y al instante se le quitó la enfermedad.
-Gracias -dijo el soldado al diablo cojo, y le dejó libre, guardando sólo el vaso.
Desde aquel día se hizo curandero, dedicándose a curar a los boyardos y a los generales. No se tomaba más trabajo que el de mirar en el vaso, y en seguida podía decir con la mayor seguridad cuál de los enfermos moriría y cuál viviría.
Así transcurrieron unos cuantos años, cuando un día se puso enfermo el zar. Llamaron al soldado, y éste, llenando el vaso con agua de la fuente, lo colocó a la cabecera del lecho, miró el agua y vio con horror que la Muerte estaba, como un centinela, sentada a la cabecera del enfermo.
-¡Majestad! -le dijo el soldado-. Nadie podrá devolverte la salud. Sólo te quedan tres horas de vida.
Al oír estas palabras el zar se encolerizó y gritó con rabia:
-¿Cómo? Tú que has curado a mis boyardos y a mis generales, ¿no quieres curarme a mí, que soy tu soberano? ¿Acaso soy yo de peor casta o indigno de tu favor? Si no me curas daré orden para que te ejecuten una hora después de mi muerte.
El soldado se encontró perplejo ante este problema y se puso a suplicar a la Muerte, diciendo:
-Dale al zar la vida y toma en cambio la mía, porque si de todos modos he de perecer, prefiero morir por tu mano a ser ejecutado por la del verdugo.
Miró otra vez en el vaso y vio que la Muerte le hacía una señal de aprobación y se colocaba a los pies del zar.
El soldado roció al enfermo, y éste en seguida recobró la salud y se levantó de la cama.
-Oye, Muerte -dijo el soldado-, dame tres horas de plazo; necesito volver a casa para despedirme de mi mujer y de mi hijo.
-Está bien -contestó la Muerte.
El soldado se fue a su casa, se acostó y se puso muy enfermo. La Muerte no tardó en llegar y en colocarse a la cabecera de su cama, diciéndole:
-Despídete pronto de los tuyos, porque ya no te quedan más que tres minutos de vida.
El soldado extendió un brazo, descolgó de la pared la alforja, la abrió y preguntó:
-¿Qué es esto?
La Muerto le contestó:
-Una alforja.
-Es verdad; pues entra aquí.
Y la Muerte en un instante se encontró metida en la alforja.
El soldado sintió tan grande alivio que saltó de la cama, ató fuertemente la alforja, se la colgó al hombro y se encaminó a los espesos bosques de Briauskie. Llegó allí, colgó la alforja en la cima de un álamo y se volvió contento a su casa.
Desde entonces ya no se moría la gente. Nacían y nacían, pero ninguno se moría. Así transcurrieron muchos años, sin que el soldado descolgase la alforja del álamo.
Una vez que paseaba por la ciudad tropezó con una anciana tan vieja y decrépita, que se caía al suelo a cada soplo del viento.
-¡Dios de mi alma, qué vieja eres! -exclamó el soldado-. ¡Ya es tiempo de que te mueras!
-Sí, hijo mío -le contestó la anciana-. Cuando hiciste prisionera a la Muerte sólo me quedaba una hora de vida. Tengo gran deseo de descansar; pero ¿cómo he de hacer? Sin la muerte la tierra no me admite para que descanse en sus profundidades. Dios te castigará por ello, pues son muchos los seres humanos que están sufriendo como yo en este mundo por tu causa.
El soldado se quedó pensativo: «Se ve que es necesario libertar a la Muerte aunque me mate a mí -pensó-. ¡Soy un gran pecador!»
Se despidió de los suyos y se dirigió a los bosques de Briauskie. Llegó allí, se acercó al álamo y vio la alforja colgada en lo alto del árbol, balanceada por el viento.
-Oye, Muerte, ¿estás viva? -preguntó el soldado.
La Muerte le contestó con una voz apenas perceptible:
-Estoy viva, amigo.
El soldado descolgó la alforja, la desató y la abrió, dejando libre a la Muerte, a la que suplicó que lo matase lo más pronto posible para sufrir poco; pero la Muerte, sin hacerle caso, echó a correr y en un instante desapareció.
El soldado volvió a su casa y siguió viviendo muchos años, gozando de la mayor felicidad.
Todos creían que ya no se moriría nunca; pero, según dicen, se ha muerto hace poco.
Un soldado, después de haber cumplido su servicio durante veinticinco años, pidió ser licenciado y se fue a correr mundo.
Anduvo algún tiempo, y se encontró a un pobre que le pidió limosna. El soldado tenía sólo tres galletas y dio una al mendigo, quedándose él con dos. Siguió su camino, y a poco tropezó con otro pobre que también le pidió limosna saludándolo humildemente. El soldado repartió con él su provisión, dándole una galleta y quedándose él con la última.
Llevaba andando un buen rato cuando se encontró a un tercer mendigo. Era un anciano de pelo blanco como la nieve, que también lo saludó humildemente pidiéndole limosna. El soldado sacó su última galleta y reflexionó así:
«Si le doy la galleta entera me quedaré sin provisiones; pero si le doy la mitad y encuentra a los otros dos pobres, al ver que a ellos les he dado una galleta entera a cada uno se podrá ofender. Será mejor que le dé la galleta entera; yo me podré pasar sin ella.»
Le dio su última galleta, quedándose sin provisiones. Entonces el anciano le preguntó:
-Dime, hijo mío, ¿qué deseas y qué necesitas?
-Dios te bendiga -le contestó el soldado-. ¿Qué quieres que te pida a ti, abuelito, si eres tan pobre que nada puedes ofrecerme?
-No hagas caso de mi miseria y dime lo que deseas; quizá pueda recompensarte por tu buen corazón.
-No necesito nada; pero si tienes una baraja, dámela como recuerdo tuyo.
El anciano sacó de su bolsillo una baraja y se la dio al soldado, diciendo:
-Tómala, y puedes estar seguro de que, juegues con quien juegues, siempre ganarás. Aquí tienes también una alforja; a quien encuentres en el camino, sea persona, sea animal o sea cosa, si la abres y dices: «Entra aquí», en seguida se meterá en ella.
-Muchas gracias -le dijo el soldado.
Y sin dar importancia a lo que el anciano le había dicho, tomó la baraja y la alforja y siguió su camino.
Después de andar bastante tiempo llegó a la orilla de un lago y vio en él tres gansos que estaban nadando. Se le ocurrió al soldado ensayar su alforja; la abrió y exclamó:
-¡Ea, gansos, entren aquí!
Apenas tuvo tiempo de pronunciar estas palabras cuando, con gran asombro suyo, los gansos volaron hacia él y entraron en la alforja. El soldado la ató, se la puso al hombro y siguió su camino.
Anduvo, anduvo y al fin llegó a una gran ciudad desconocida. Entró en una taberna y dijo al tabernero:
-Oye, toma este ganso y ásamelo para cenar; por este otro me darás pan y una buena copa de aguardiente, y este tercero te lo doy a ti en pago de tu trabajo.
Se sentó a la mesa y, una vez lista la cena, se puso a comer, bebiéndose el aguardiente y comiéndose el sabroso ganso. Conforme cenaba, se le ocurrió mirar por la ventana y vio cerca de la taberna un magnífico palacio que tenía rotos todos los cristales de las ventanas.
-Dime -preguntó al tabernero-, ¿qué palacio es ése y por qué se halla abandonado?
-Ya hace tiempo -le dijo éste- que nuestro zar hizo construir ese palacio, pero le fue imposible establecerse en él. Hace ya diez años que está abandonado, porque los diablos lo han tomado por residencia y echan de él a todo el que entra. Apenas llega la noche se reúnen allí a bailar, alborotar y jugar a los naipes.
El soldado, sin pararse a pensar en nada, se dirigió a palacio, se presentó ante el zar, y haciendo un saludo militar, le dijo así:
-¡Majestad! Perdóname mi audacia por venir a verte sin ser llamado. Quisiera que me dieses permiso para pasar una noche en tu palacio abandonado.
-¡Tú estás loco! Se han presentado ya muchos hombres audaces y valientes pidiéndome lo mismo; a todos les di permiso, pero ninguno de ellos ha vuelto vivo.
-El soldado ruso ni se ahoga en el agua ni se quema en el fuego -contestó el soldado-. He servido a Dios y al zar veinticinco años y no me he muerto. ¿Crees que ahora me voy a morir en una sola noche?
-Pero te advierto que siempre que ha entrado al anochecer un hombre vivo, a la mañana siguiente sólo se han encontrado los huesos -contestó el zar.
El soldado persistió en su deseo, rogando al zar que le diese permiso para pasar la noche en el palacio abandonado.
-Bueno -dijo al fin el zar-. Ve allí si quieres; pero no podrás decir que ignoras la muerte que te espera.
Se fue el soldado al palacio abandonado, y una vez allí se instaló en la gran sala, se quitó la mochila y el sable, puso la primera en un rincón y colgó el sable de un clavo. Se sentó a la mesa, sacó la tabaquera, llenó la pipa, la encendió y se puso a fumar tranquilamente.
A las doce de la noche acudieron, no se sabe de dónde, una cantidad tan grande de diablos que no era posible contarlos. Empezaron a gritar, a bailar y alborotar, armando una algarabía infernal.
-¡Hola, soldado! ¿Estás tú también aquí? -gritaron al ver a éste-. ¿Para qué has venido? ¿Acaso quieres jugar a los naipes con nosotros?
-¿Por qué no he de querer? -repuso el soldado-. Ahora que con una condición: hemos de jugar con mi baraja, porque no tengo fe en la de ustedes.
En seguida sacó su baraja y empezó a repartir las cartas. Jugaron un juego y el soldado ganó; la segunda vez ocurrió lo mismo. A pesar de todas las astucias que inventaban los diablos, perdieron todo el dinero que tenían, y el soldado iba recogiéndolo tranquilamente.
-Espera, amigo -le dijeron los diablos-; tenemos una reserva de cincuenta arrobas de plata y cuarenta de oro: vamos a jugar esa plata y ese oro.
Mandaron a un diablejo para que les trajese los sacos de la reserva y continuaron jugando. El soldado seguía ganando, y el pequeño diablejo, después de traer todos los sacos de plata, se cansó tanto que, con el aliento perdido, suplicó al viejo diablo calvo:
-Permíteme descansar un ratito.
-¡Nada de descanso, perezoso! ¡Tráenos en seguida los sacos de oro!
El diablejo, asustado, corrió a todo correr y siguió trayendo los sacos de oro, que pronto se amontonaron en un rincón. Pero el resultado fue el mismo: el soldado seguía ganando.
Los diablos, a quienes no agradaba separarse de su dinero, derribaron la mesa a patadas y atacaron al soldado, rugiendo a coro:
-Despedácenlo, despedácenlo.
Pero el soldado, sin turbarse, cogió su alforja, la abrió y preguntó:
-¿Saben qué es esto?
-Una alforja -le contestaron los diablos.
-¡Pues entren todos aquí!
Apenas pronunció estas palabras, todos los diablos en pelotón se precipitaron en la alforja, llenándola por completo, apretados unos a otros. El soldado la ató lo más fuerte posible con una cuerda, la colgó de la pared, y luego, echándose sobre los sacos de dinero, se durmió profundamente sin despertar hasta la mañana.
Muy temprano, el zar dijo a sus servidores:
-Vayan a ver lo que le ha sucedido al soldado, y si se ha muerto, recojan sus huesos.
Los servidores llegaron al palacio y vieron con asombro al soldado paseándose contentísimo por las salas fumando su pipa.
-¡Hola, amigo! Ya no esperábamos verte vivo. ¿Qué tal has pasado la noche? ¿Cómo te las has arreglado con los diablos?
-¡Valientes personajes son esos diablos! ¡Miren cuánto oro y cuánta plata les he ganado a los naipes!
Los servidores del zar se quedaron asombrados y no se atrevían a creer lo que veían sus ojos.
-Se han quedado todos con la boca abierta -siguió diciendo el soldado-. Envíenme pronto dos herreros y díganles que traigan con ellos el yunque y los martillos.
Cuando llegaron los herreros trayendo consigo el yunque y los martillos de batir, les dijo el soldado:
-Descuelguen esa alforja de la pared y den buenos golpes sobre ella.
Los herreros se pusieron a descolgar la alforja y hablaron entre ellos:
-¡Dios mío, cuánto pesa! ¡Parece como si estuviera llena de diablos!
Y éstos exclamaron desde dentro:
-Somos nosotros, queridos amigos.
Colocaron el yunque con la alforja encima y se pusieron a golpear sobre ella con los martillos como si estuviesen batiendo hierro. Los diablos, no pudiendo soportar el dolor, llenos de espanto, gritaron con todas sus fuerzas:
-¡Gracia, gracia, soldado! ¡Déjanos libres! ¡Nunca te olvidaremos y ningún diablo entrará jamás en este palacio ni se acercará a él en cien leguas a la redonda!
El soldado ordenó a los herreros que cesasen de golpear, y apenas desató la alforja los diablos echaron a correr sin siquiera mirar atrás; en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron del palacio. Pero no todos tuvieron la suerte de escapar: el soldado detuvo, como prisionero en rehenes, a un diablo cojo que no pudo correr como los demás.
Cuando anunciaron al zar las hazañas del soldado, lo hizo venir a su presencia, lo alabó mucho y lo dejó vivir en palacio. Desde entonces el valiente soldado empezó a gozar de la vida, porque todo lo tenía en abundancia: los bolsillos rebosando dinero, el respeto y consideración de toda la gente, que cuando se lo encontraban le hacían reverencias respetuosas, y el cariño de su zar.
Se puso tan contento que quiso casarse. Buscó novia, celebraron la boda y, para colmo de bienes, obtuvo de Dios la gracia de tener un hijo al año de su matrimonio.
Poco tiempo después se puso enfermo el niño y nadie lograba curarlo. Cuantos médicos y curanderos lo visitaban no conseguían ninguna mejoría. Entonces el soldado se acordó del diablo cojo; trajo la alforja donde lo tenía encerrado y le preguntó:
-¿Estás vivo, Diablo?
-Sí, estoy vivo. ¿Qué deseas, señor mío?
-Se ha puesto enfermo mi hijo y no sé qué hacer con él. Quizá tú sepas cómo curarlo.
-Sí sé. Pero ante todo déjame salir de la alforja.
-¿Y si me engañas y te escapas?
El diablo cojo le juró que ni siquiera un momento había tenido esa idea, y el soldado, desatando la alforja, puso en libertad a su prisionero.
El diablo, recobrando su libertad, sacó un vaso de su bolsillo, lo llenó de agua de la fuente, lo colocó a la cabecera de la cama donde estaba tendido el niño enfermo y dijo al padre:
-Ven aquí, amigo, mira el agua.
El soldado miró el agua, y el diablo le preguntó:
-¿Qué ves?
-Veo la Muerte.
-¿Dónde se halla?
-A los pies de mi hijo.
-Está bien. Si está a los pies, quiere decir que el enfermo se curará. Si hubiese estado a la cabecera, se hubiese muerto sin remedio. Ahora toma el vaso y rocía al enfermo.
El soldado roció al niño con el agua, y al instante se le quitó la enfermedad.
-Gracias -dijo el soldado al diablo cojo, y le dejó libre, guardando sólo el vaso.
Desde aquel día se hizo curandero, dedicándose a curar a los boyardos y a los generales. No se tomaba más trabajo que el de mirar en el vaso, y en seguida podía decir con la mayor seguridad cuál de los enfermos moriría y cuál viviría.
Así transcurrieron unos cuantos años, cuando un día se puso enfermo el zar. Llamaron al soldado, y éste, llenando el vaso con agua de la fuente, lo colocó a la cabecera del lecho, miró el agua y vio con horror que la Muerte estaba, como un centinela, sentada a la cabecera del enfermo.
-¡Majestad! -le dijo el soldado-. Nadie podrá devolverte la salud. Sólo te quedan tres horas de vida.
Al oír estas palabras el zar se encolerizó y gritó con rabia:
-¿Cómo? Tú que has curado a mis boyardos y a mis generales, ¿no quieres curarme a mí, que soy tu soberano? ¿Acaso soy yo de peor casta o indigno de tu favor? Si no me curas daré orden para que te ejecuten una hora después de mi muerte.
El soldado se encontró perplejo ante este problema y se puso a suplicar a la Muerte, diciendo:
-Dale al zar la vida y toma en cambio la mía, porque si de todos modos he de perecer, prefiero morir por tu mano a ser ejecutado por la del verdugo.
Miró otra vez en el vaso y vio que la Muerte le hacía una señal de aprobación y se colocaba a los pies del zar.
El soldado roció al enfermo, y éste en seguida recobró la salud y se levantó de la cama.
-Oye, Muerte -dijo el soldado-, dame tres horas de plazo; necesito volver a casa para despedirme de mi mujer y de mi hijo.
-Está bien -contestó la Muerte.
El soldado se fue a su casa, se acostó y se puso muy enfermo. La Muerte no tardó en llegar y en colocarse a la cabecera de su cama, diciéndole:
-Despídete pronto de los tuyos, porque ya no te quedan más que tres minutos de vida.
El soldado extendió un brazo, descolgó de la pared la alforja, la abrió y preguntó:
-¿Qué es esto?
La Muerto le contestó:
-Una alforja.
-Es verdad; pues entra aquí.
Y la Muerte en un instante se encontró metida en la alforja.
El soldado sintió tan grande alivio que saltó de la cama, ató fuertemente la alforja, se la colgó al hombro y se encaminó a los espesos bosques de Briauskie. Llegó allí, colgó la alforja en la cima de un álamo y se volvió contento a su casa.
Desde entonces ya no se moría la gente. Nacían y nacían, pero ninguno se moría. Así transcurrieron muchos años, sin que el soldado descolgase la alforja del álamo.
Una vez que paseaba por la ciudad tropezó con una anciana tan vieja y decrépita, que se caía al suelo a cada soplo del viento.
-¡Dios de mi alma, qué vieja eres! -exclamó el soldado-. ¡Ya es tiempo de que te mueras!
-Sí, hijo mío -le contestó la anciana-. Cuando hiciste prisionera a la Muerte sólo me quedaba una hora de vida. Tengo gran deseo de descansar; pero ¿cómo he de hacer? Sin la muerte la tierra no me admite para que descanse en sus profundidades. Dios te castigará por ello, pues son muchos los seres humanos que están sufriendo como yo en este mundo por tu causa.
El soldado se quedó pensativo: «Se ve que es necesario libertar a la Muerte aunque me mate a mí -pensó-. ¡Soy un gran pecador!»
Se despidió de los suyos y se dirigió a los bosques de Briauskie. Llegó allí, se acercó al álamo y vio la alforja colgada en lo alto del árbol, balanceada por el viento.
-Oye, Muerte, ¿estás viva? -preguntó el soldado.
La Muerte le contestó con una voz apenas perceptible:
-Estoy viva, amigo.
El soldado descolgó la alforja, la desató y la abrió, dejando libre a la Muerte, a la que suplicó que lo matase lo más pronto posible para sufrir poco; pero la Muerte, sin hacerle caso, echó a correr y en un instante desapareció.
El soldado volvió a su casa y siguió viviendo muchos años, gozando de la mayor felicidad.
Todos creían que ya no se moriría nunca; pero, según dicen, se ha muerto hace poco.
25 mayo 2008
El hombre bueno y el hombre malo [Cuento folclórico ruso]
Alekandr Nikoalevich Afanasiev
Una vez hablaban entre sí dos campesinos pobres; uno de ellos vivía a fuerza de mentiras, y cuando se le presentaba la ocasión de robar algo no la desperdiciaba nunca; en cambio, el otro, temeroso de Dios y de estrecha conciencia, se esforzaba por vivir con el modesto fruto de su honrado trabajo. En su conversación, empezaron a discutir; el primero quería convencer al otro de que se vive mucho mejor atendiendo sólo a la propia conveniencia, sin pararse en delito más o menos; pero el otro le refutaba, diciendo:
-De ese modo no se puede vivir siempre; tarde o temprano llega el castigo. Es mejor vivir honradamente aunque se padezca miseria.
Discutieron mucho, pues ninguno de los dos quería ceder en su opinión, y al fin decidieron ir por el camino real y preguntar su parecer a los que pasasen.
Iban andando cuando encontraron a un labrador que estaba labrando el campo; se acercaron a él y le dijeron:
-Dios te ayude, amigo. Dinos tu opinión acerca de una discusión que tenemos. ¿Cómo crees que hay que vivir, honradamente o inicuamente?
-Es imposible vivir honradamente -les contestó el campesino-; es más fácil vivir inicuamente. El hombre honrado no tiene camisa que ponerse, mientras que la iniquidad lleva botas de montar. Ya ven: nosotros los campesinos tenemos que trabajar todos los días para nuestro señor, y en cambio no tenemos tiempo para trabajar para nosotros mismos. Algunas veces tenemos que fingirnos enfermos para poder ir al bosque a coger la leña que nos hace falta, y aun esto hay que hacerlo de noche porque es cosa prohibida.
-Ya ves -dijo el Hombre Malo al Bueno-: mi opinión es la verdadera.
Continuaron el camino, anduvieron un rato y encontraron a un comerciante que iba en su trineo.
-Párate un momento y permítenos una pregunta: ¿Cómo es mejor vivir, honradamente o inicuamente?
-¡Oh amigos! Es difícil vivir honradamente; a nosotros los comerciantes nos engañan, y por ello tenemos que engañar también a los demás.
-¿Has oído? Por segunda vez me dan la razón -dijo el Hombre Malo al Bueno.
Al poco rato encontraron a un señor que iba sentado en su coche.
-Detente un minuto, señor. Danos tu opinión sobre nuestra disputa. ¿Cómo se debe vivir, honradamente o inicuamente?
-¡Vaya una pregunta! Claro está que inicuamente. ¿Dónde está la justicia? Al que pide justicia le dicen que es un picapleitos y lo destierran a Siberia.
-Ya ves -dijo el Hombre Malo al Bueno-: todos me dan la razón.
-No me convencen -contestó el Bueno-; hay que vivir como Dios manda; suceda lo que suceda no cambiaré de conducta.
Se fueron ambos en busca de trabajo, y durante mucho tiempo anduvieron juntos. El Malo sabía halagar a la gente y se las arreglaba muy bien; en todas partes le daban de comer y de beber sin cobrarle nada y hasta le proveían de pan en tal abundancia que siempre llevaba consigo una buena reserva. El Bueno, no poseyendo la habilidad de su compañero, era muy desgraciado, y sólo a fuerza de trabajar mucho conseguía un poco de agua y un pedazo de pan; pero estaba siempre contento a pesar de que su compañero no dejaba de burlarse de su inocencia.
Un día, mientras caminaban por la carretera, el Bueno sintió gran hambre y dijo a su compañero:
-Dame un pedacito de pan.
-¿Qué me darás por él? -le preguntó el Malo.
-Pídeme lo que quieras.
-Bueno, te quitaré un ojo.
Y como el Bueno tenía mucha hambre, consintió; el Malo le quitó un ojo y le dio un pedacito de pan. Siguieron andando, y al cabo de un buen rato el Bueno tuvo otra vez hambre y pidió al Malo que le diese otro poco de pan; pero éste le dijo:
-Déjame sacarte el otro ojo.
-¡Oh amigo, ten compasión de mí! ¿Qué haré si me quedo ciego?
-¿Qué te importa? A ti te basta con ser bueno, mientras que yo vivo inicuamente.
¿Qué hacer? Era imposible resistir un hambre tan grande, y al fin el Bueno dijo:
-Quítame el otro ojo si no tomes la ira de Dios.
El Malo le vació el otro ojo, le dio un pedacito de pan y luego lo dejó en medio del camino, diciéndole:
-¿Crees que te voy a llevar siempre conmigo? ¡No era mala carga la que me echaba encima! ¡Adiós!
El ciego comió el pan y empezó a andar a tientas pensando en llegar a un pueblo cualquiera donde lo socorriesen. Anduvo, anduvo hasta que perdió el camino, y no sabiendo qué hacer empezó a rezar:
-¡Señor, no me abandones! Ten piedad de mí, que soy alma pecadora!
Rezó con mucho fervor, y de pronto oyó una voz misteriosa que le decía:
-Camina hacia tu derecha y llegarás a un bosque en el que hay una fuente, a la que te guiará el oído porque es muy ruidosa. Lávate los ojos con el agua de esa fuente y Dios te devolverá la vista. Entonces verás allí un roble enorme; súbete a él y aguarda la llegada de la noche.
El ciego torció a su derecha, llegó con gran dificultad al bosque, sus pies encontraron una vereda y siguió por ella, guiado por el rumor del agua, hasta llegar a la fuente. Cogió un poco de agua, y apenas se mojó las cuencas vacías de sus ojos recobró la vista. Miró alrededor suyo y vio un roble enorme, al pie del cual no crecía la hierba y la tierra estaba pisoteada; se subió por el roble hasta llegar a la cima, y escondiéndose entre las ramas se puso a aguardar que fuese de noche.
Cuando ya la noche era obscura vinieron volando los espíritus del mal, y sentándose al pie del roble empezaron a vanagloriarse de sus hazañas, contando dónde habían estado y en qué habían empleado el tiempo. Uno de los diablos dijo:
-He estado en el palacio de la hermosa zarevna. Hace ya diez años que estoy atormentándola; todos han intentado echarme del palacio, pero no logran realizarlo. Sólo me podrá echar de allí el que consiga una imagen de la Virgen Santísima que posee un rico comerciante.
Al amanecer, cuando los diablos se fueron volando por todas partes, el Hombre Bueno bajó del árbol y se fue a buscar al rico comerciante que tenía la imagen. Después de buscarlo bastante tiempo, lo encontró y le pidió trabajo, diciéndole:
-Trabajaré en tu casa un año entero sin que me des ningún jornal; pero al cabo del año dame la imagen que posees de la Santísima Virgen.
El comerciante aceptó el trato y el Hombre Bueno empezó a trabajar como jornalero, esforzándose en hacerlo todo lo mejor posible, sin descansar ni de día ni de noche, y al acabar el año pidió al comerciante que le pagase su cuenta; pero éste le dijo:
-Estoy contentísimo con tu trabajo, pero me da lástima darte la imagen; prefiero pagarte en dinero.
-No -contestó el campesino-. No necesito tu dinero; págame según convinimos.
-De ningún modo -exclamó el comerciante-; trabaja en mi casa un año más y entonces te daré la imagen.
No había más remedio que aceptar tal decisión, y el Hombre Bueno se quedó en casa del comerciante trabajando otro año. Al fin llegó el día de pagarle la cuenta; pero por segunda vez se negó el comerciante a darle la imagen.
-Prefiero recompensarte con dinero -le dijo-, y si insistes en recibir la imagen, quédate como jornalero un año más.
Como es difícil tener razón cuando se discute con un hombre rico y poderoso, el campesino tuvo que aceptar las condiciones propuestas; se quedó en casa del comerciante un año más, trabajando como jornalero con más celo aún que los anteriores. Acabado el tercer año, el comerciante tomó la imagen y se la entregó al campesino, diciéndole así:
-Tómala, hombre honrado, tómala, que bien ganada la tienes con tu trabajo. Vete con Dios.
El campesino cogió la imagen de la Santísima Virgen, se despidió del comerciante y se dirigió a la capital del reino, donde el espíritu del mal atormentaba a la hermosa zarevna. Anduvo largo tiempo, y por fin llegó y empezó a decir a los vecinos:
-Yo puedo curar a vuestra zarevna.
Inmediatamente lo llevaron al palacio del zar y le presentaron a la joven y enferma zarevna.
Una vez allí, pidió una fuente llena de agua clara y sumergió en ella por tres veces la imagen de la Santísima Virgen, entregó el agua a la zarevna y le ordenó que se lavase con ella. Apenas la enferma se puso a lavarse con el agua bendita, expulsó por la boca el espíritu del mal en forma de una burbuja; la enfermedad desapareció y la hermosa joven se puso sana, alegre y contenta.
El zar y la zarina se pusieron contentísimos, y en su júbilo no sabían con qué recompensar al médico: le proponían joyas, rentas y títulos nobiliarios, pero el Hombre Bueno contestó:
-No, no necesito nada.
Entonces la zarevna, entusiasmada, exclamó:
-Me casaré con él.
Consintió el zar y dispuso que se celebrase la boda con gran pompa y en medio de grandes festejos. Desde entonces el campesino Bueno vivió en palacio, llevando magníficos vestidos y comiendo en compañía del zar y de toda la familia real.
Transcurrido algún tiempo, el Hombre Bueno dijo al zar y la zarina:
-Permítanme ir a mi aldea; tengo allí a mi madre, que es una pobre viejecita, y quisiera verla.
El zar y la zarina aprobaron la idea; la zarevna quiso ir con él y se fueron juntos en un coche del zar, tirado por magníficos caballos.
En el camino tropezaron con el Hombre Malo. Al reconocerlo, el yerno del zar le habló así:
-Buenos días, compañero. ¿No me conoces? ¿No te acuerdas de cuando discutías conmigo sosteniendo que se obtiene más provecho viviendo inicuamente que trabajando honradamente?
El Hombre Malo quedó asombrado al ver que el Bueno era yerno del zar y que había recuperado los ojos que él le había quitado. Tuvo miedo, y no sabiendo qué decir, permaneció silencioso.
-No tengas miedo -le dijo el Hombre Bueno-; yo no guardo rencor nunca a nadie.
Y le contó todo: lo de la fuente maravillosa que le había hecho recobrar la vista, lo del enorme roble, sus trabajos en casa del comerciante, y por fin, su boda con la hermosa zarevna. El Hombre Malo escuchó todo con gran interés y decidió ir al bosque a buscar la fuente. «Quizá -pensó- pueda también encontrar allí mi suerte.»
Se dirigió al bosque, encontró la fuente maravillosa, se subió al enorme roble y esperó la llegada de la noche. A media noche vinieron volando los espíritus del mal y se sentaron al pie del árbol; pero percibiendo al Hombre Malo escondido entre las ramas, se precipitaron sobre él, lo arrastraron al suelo y lo despedazaron.
Una vez hablaban entre sí dos campesinos pobres; uno de ellos vivía a fuerza de mentiras, y cuando se le presentaba la ocasión de robar algo no la desperdiciaba nunca; en cambio, el otro, temeroso de Dios y de estrecha conciencia, se esforzaba por vivir con el modesto fruto de su honrado trabajo. En su conversación, empezaron a discutir; el primero quería convencer al otro de que se vive mucho mejor atendiendo sólo a la propia conveniencia, sin pararse en delito más o menos; pero el otro le refutaba, diciendo:
-De ese modo no se puede vivir siempre; tarde o temprano llega el castigo. Es mejor vivir honradamente aunque se padezca miseria.
Discutieron mucho, pues ninguno de los dos quería ceder en su opinión, y al fin decidieron ir por el camino real y preguntar su parecer a los que pasasen.
Iban andando cuando encontraron a un labrador que estaba labrando el campo; se acercaron a él y le dijeron:
-Dios te ayude, amigo. Dinos tu opinión acerca de una discusión que tenemos. ¿Cómo crees que hay que vivir, honradamente o inicuamente?
-Es imposible vivir honradamente -les contestó el campesino-; es más fácil vivir inicuamente. El hombre honrado no tiene camisa que ponerse, mientras que la iniquidad lleva botas de montar. Ya ven: nosotros los campesinos tenemos que trabajar todos los días para nuestro señor, y en cambio no tenemos tiempo para trabajar para nosotros mismos. Algunas veces tenemos que fingirnos enfermos para poder ir al bosque a coger la leña que nos hace falta, y aun esto hay que hacerlo de noche porque es cosa prohibida.
-Ya ves -dijo el Hombre Malo al Bueno-: mi opinión es la verdadera.
Continuaron el camino, anduvieron un rato y encontraron a un comerciante que iba en su trineo.
-Párate un momento y permítenos una pregunta: ¿Cómo es mejor vivir, honradamente o inicuamente?
-¡Oh amigos! Es difícil vivir honradamente; a nosotros los comerciantes nos engañan, y por ello tenemos que engañar también a los demás.
-¿Has oído? Por segunda vez me dan la razón -dijo el Hombre Malo al Bueno.
Al poco rato encontraron a un señor que iba sentado en su coche.
-Detente un minuto, señor. Danos tu opinión sobre nuestra disputa. ¿Cómo se debe vivir, honradamente o inicuamente?
-¡Vaya una pregunta! Claro está que inicuamente. ¿Dónde está la justicia? Al que pide justicia le dicen que es un picapleitos y lo destierran a Siberia.
-Ya ves -dijo el Hombre Malo al Bueno-: todos me dan la razón.
-No me convencen -contestó el Bueno-; hay que vivir como Dios manda; suceda lo que suceda no cambiaré de conducta.
Se fueron ambos en busca de trabajo, y durante mucho tiempo anduvieron juntos. El Malo sabía halagar a la gente y se las arreglaba muy bien; en todas partes le daban de comer y de beber sin cobrarle nada y hasta le proveían de pan en tal abundancia que siempre llevaba consigo una buena reserva. El Bueno, no poseyendo la habilidad de su compañero, era muy desgraciado, y sólo a fuerza de trabajar mucho conseguía un poco de agua y un pedazo de pan; pero estaba siempre contento a pesar de que su compañero no dejaba de burlarse de su inocencia.
Un día, mientras caminaban por la carretera, el Bueno sintió gran hambre y dijo a su compañero:
-Dame un pedacito de pan.
-¿Qué me darás por él? -le preguntó el Malo.
-Pídeme lo que quieras.
-Bueno, te quitaré un ojo.
Y como el Bueno tenía mucha hambre, consintió; el Malo le quitó un ojo y le dio un pedacito de pan. Siguieron andando, y al cabo de un buen rato el Bueno tuvo otra vez hambre y pidió al Malo que le diese otro poco de pan; pero éste le dijo:
-Déjame sacarte el otro ojo.
-¡Oh amigo, ten compasión de mí! ¿Qué haré si me quedo ciego?
-¿Qué te importa? A ti te basta con ser bueno, mientras que yo vivo inicuamente.
¿Qué hacer? Era imposible resistir un hambre tan grande, y al fin el Bueno dijo:
-Quítame el otro ojo si no tomes la ira de Dios.
El Malo le vació el otro ojo, le dio un pedacito de pan y luego lo dejó en medio del camino, diciéndole:
-¿Crees que te voy a llevar siempre conmigo? ¡No era mala carga la que me echaba encima! ¡Adiós!
El ciego comió el pan y empezó a andar a tientas pensando en llegar a un pueblo cualquiera donde lo socorriesen. Anduvo, anduvo hasta que perdió el camino, y no sabiendo qué hacer empezó a rezar:
-¡Señor, no me abandones! Ten piedad de mí, que soy alma pecadora!
Rezó con mucho fervor, y de pronto oyó una voz misteriosa que le decía:
-Camina hacia tu derecha y llegarás a un bosque en el que hay una fuente, a la que te guiará el oído porque es muy ruidosa. Lávate los ojos con el agua de esa fuente y Dios te devolverá la vista. Entonces verás allí un roble enorme; súbete a él y aguarda la llegada de la noche.
El ciego torció a su derecha, llegó con gran dificultad al bosque, sus pies encontraron una vereda y siguió por ella, guiado por el rumor del agua, hasta llegar a la fuente. Cogió un poco de agua, y apenas se mojó las cuencas vacías de sus ojos recobró la vista. Miró alrededor suyo y vio un roble enorme, al pie del cual no crecía la hierba y la tierra estaba pisoteada; se subió por el roble hasta llegar a la cima, y escondiéndose entre las ramas se puso a aguardar que fuese de noche.
Cuando ya la noche era obscura vinieron volando los espíritus del mal, y sentándose al pie del roble empezaron a vanagloriarse de sus hazañas, contando dónde habían estado y en qué habían empleado el tiempo. Uno de los diablos dijo:
-He estado en el palacio de la hermosa zarevna. Hace ya diez años que estoy atormentándola; todos han intentado echarme del palacio, pero no logran realizarlo. Sólo me podrá echar de allí el que consiga una imagen de la Virgen Santísima que posee un rico comerciante.
Al amanecer, cuando los diablos se fueron volando por todas partes, el Hombre Bueno bajó del árbol y se fue a buscar al rico comerciante que tenía la imagen. Después de buscarlo bastante tiempo, lo encontró y le pidió trabajo, diciéndole:
-Trabajaré en tu casa un año entero sin que me des ningún jornal; pero al cabo del año dame la imagen que posees de la Santísima Virgen.
El comerciante aceptó el trato y el Hombre Bueno empezó a trabajar como jornalero, esforzándose en hacerlo todo lo mejor posible, sin descansar ni de día ni de noche, y al acabar el año pidió al comerciante que le pagase su cuenta; pero éste le dijo:
-Estoy contentísimo con tu trabajo, pero me da lástima darte la imagen; prefiero pagarte en dinero.
-No -contestó el campesino-. No necesito tu dinero; págame según convinimos.
-De ningún modo -exclamó el comerciante-; trabaja en mi casa un año más y entonces te daré la imagen.
No había más remedio que aceptar tal decisión, y el Hombre Bueno se quedó en casa del comerciante trabajando otro año. Al fin llegó el día de pagarle la cuenta; pero por segunda vez se negó el comerciante a darle la imagen.
-Prefiero recompensarte con dinero -le dijo-, y si insistes en recibir la imagen, quédate como jornalero un año más.
Como es difícil tener razón cuando se discute con un hombre rico y poderoso, el campesino tuvo que aceptar las condiciones propuestas; se quedó en casa del comerciante un año más, trabajando como jornalero con más celo aún que los anteriores. Acabado el tercer año, el comerciante tomó la imagen y se la entregó al campesino, diciéndole así:
-Tómala, hombre honrado, tómala, que bien ganada la tienes con tu trabajo. Vete con Dios.
El campesino cogió la imagen de la Santísima Virgen, se despidió del comerciante y se dirigió a la capital del reino, donde el espíritu del mal atormentaba a la hermosa zarevna. Anduvo largo tiempo, y por fin llegó y empezó a decir a los vecinos:
-Yo puedo curar a vuestra zarevna.
Inmediatamente lo llevaron al palacio del zar y le presentaron a la joven y enferma zarevna.
Una vez allí, pidió una fuente llena de agua clara y sumergió en ella por tres veces la imagen de la Santísima Virgen, entregó el agua a la zarevna y le ordenó que se lavase con ella. Apenas la enferma se puso a lavarse con el agua bendita, expulsó por la boca el espíritu del mal en forma de una burbuja; la enfermedad desapareció y la hermosa joven se puso sana, alegre y contenta.
El zar y la zarina se pusieron contentísimos, y en su júbilo no sabían con qué recompensar al médico: le proponían joyas, rentas y títulos nobiliarios, pero el Hombre Bueno contestó:
-No, no necesito nada.
Entonces la zarevna, entusiasmada, exclamó:
-Me casaré con él.
Consintió el zar y dispuso que se celebrase la boda con gran pompa y en medio de grandes festejos. Desde entonces el campesino Bueno vivió en palacio, llevando magníficos vestidos y comiendo en compañía del zar y de toda la familia real.
Transcurrido algún tiempo, el Hombre Bueno dijo al zar y la zarina:
-Permítanme ir a mi aldea; tengo allí a mi madre, que es una pobre viejecita, y quisiera verla.
El zar y la zarina aprobaron la idea; la zarevna quiso ir con él y se fueron juntos en un coche del zar, tirado por magníficos caballos.
En el camino tropezaron con el Hombre Malo. Al reconocerlo, el yerno del zar le habló así:
-Buenos días, compañero. ¿No me conoces? ¿No te acuerdas de cuando discutías conmigo sosteniendo que se obtiene más provecho viviendo inicuamente que trabajando honradamente?
El Hombre Malo quedó asombrado al ver que el Bueno era yerno del zar y que había recuperado los ojos que él le había quitado. Tuvo miedo, y no sabiendo qué decir, permaneció silencioso.
-No tengas miedo -le dijo el Hombre Bueno-; yo no guardo rencor nunca a nadie.
Y le contó todo: lo de la fuente maravillosa que le había hecho recobrar la vista, lo del enorme roble, sus trabajos en casa del comerciante, y por fin, su boda con la hermosa zarevna. El Hombre Malo escuchó todo con gran interés y decidió ir al bosque a buscar la fuente. «Quizá -pensó- pueda también encontrar allí mi suerte.»
Se dirigió al bosque, encontró la fuente maravillosa, se subió al enorme roble y esperó la llegada de la noche. A media noche vinieron volando los espíritus del mal y se sentaron al pie del árbol; pero percibiendo al Hombre Malo escondido entre las ramas, se precipitaron sobre él, lo arrastraron al suelo y lo despedazaron.
24 mayo 2008
En el bosque, Ryonusuke Akutagawa
Declaración del leñador interrogado por el oficial de investigaciones de la Kebushi
-Yo confirmo, señor oficial, mi declaración. Fui yo el que descubrió el cadáver. Esta mañana, como lo hago siempre, fui al otro lado de la montaña para hachar abetos. El cadáver estaba en un bosque al pie de la montaña. ¿El lugar exacto? A cuatro o cinco cho, me parece, del camino del apeadero de Yamashina. Es un paraje silvestre, donde crecen el bambú y algunas coníferas raquíticas.
El muerto estaba tirado de espaldas. Vestía ropa de cazador de color celeste y llevaba un eboshi de color gris, al estilo de la capital. Sólo se veía una herida en el cuerpo, pero era una herida profunda en la parte superior del pecho. Las hojas secas de bambú caídas en su alrededor estaban como teñidas de suho. No, ya no corría sangre de la herida, cuyos bordes parecían secos y sobre la cual, bien lo recuerdo, estaba tan agarrado un gran tábano que ni siquiera escuchó que yo me acercaba.
¿Si encontré una espada o algo ajeno? No. Absolutamente nada. Solamente encontré, al pie de un abeto vecino, una cuerda, y también un peine. Eso es todo lo que encontré alrededor, pero las hierbas y las hojas muertas de bambú estaban holladas en todos los sentidos; la victima, antes de ser asesinada, debió oponer fuerte resistencia. ¿Si no observé un caballo? No, señor oficial. No es ese un lugar al que pueda llegar un caballo. Una infranqueable espesura separa ese paraje de la carretera.
Declaración del monje budista interrogado por el mismo oficial
-Puedo asegurarle, señor oficial, que yo había visto ayer al que encontraron muerto hoy. Sí, fue hacia el mediodía, según creo; a mitad de camino entre Sekiyama y Yamashina. Él marchaba en dirección a Sekiyama, acompañado por una mujer montada a caballo. La mujer estaba velada, de manera que no pude distinguir su rostro. Me fijé solamente en su kimono, que era de color violeta. En cuanto al caballo, me parece que era un alazán con las crines cortadas. ¿Las medidas? Tal vez cuatro shaku cuatro sun1, me parece; soy un religioso y no entiendo mucho de ese asunto. ¿El hombre? Iba bien armado. Portaba sable, arco y flechas. Sí, recuerdo más que nada esa aljaba laqueada de negro donde llevaba una veintena de flechas, la recuerdo muy bien.
¿Cómo podía adivinar yo el destino que le esperaba? En verdad la vida humana es como el rocío o como un relámpago... Lo lamento... no encuentro palabras para expresarlo...
Declaración del soplón interrogado por el mismo oficial
-¿El hombre al que agarré? Es el famoso bandolero llamado Tajomaru, sin duda. Pero cuando lo apresé estaba caído sobre el puente de Awataguchi, gimiendo. Parecía haber caído del caballo. ¿La hora? Hacia la primera del Kong, ayer al caer la noche. La otra vez, cuando se me escapó por poco, llevaba puesto el mismo kimono azul y el mismo sable largo. Esta vez, señor oficial, como usted pudo comprobar, llevaba también arco y flechas. ¿Que la víctima tenía las mismas armas? Entonces no hay dudas. Tajomaru es el asesino. Porque el arco enfundado en cuero, la aljaba laqueada en negro, diecisiete flechas con plumas de halcón, todo lo tenía con él. También el caballo era, como usted dijo, un alazán con las crines cortadas. Ser atrapado gracias a este animal era su destino. Con sus largas riendas arrastrándose, el caballo estaba mordisqueando hierbas cerca del puente de piedra, en el borde de la carretera.
De todos los ladrones que rondan por los caminos de la capital, este Tajomaru es conocido como el más mujeriego. En el otoño del año pasado fueron halladas muertas en la capilla de Pindola del templo Toribe, una dama que venía en peregrinación y la joven sirvienta que la acompañaba. Los rumores atribuyeron ese crimen a Tajomaru. Si es él quien mató a este hombre, es fácil suponer qué hizo de la mujer que venía a caballo. No quiero entrometerme donde no me corresponde, señor oficial, pero este aspecto merece ser aclarado.
Declaración de una anciana interrogada por el mismo oficial
-Sí, es el cadáver de mi yerno. Él no era de la capital; era funcionario del gobierno de la provincia de Wakasa. Se llamaba Takehito Kanazawa. Tenía veintiséis años. No. Era un hombre de buen carácter, no podía tener enemigos.
¿Mi hija? Se llama Masago. Tiene diecinueve años. Es una muchacha valiente, tan intrépida como un hombre. No conoció a otro hombre que a Takehiro. Tiene cutis moreno y un lunar cerca del ángulo externo del ojo izquierdo. Su rostro es pequeño y ovalado.
Takehiro había partido ayer con mi hija hacia Wakasa. ¡Quién iba a imaginar que lo esperaba este destino! ¿Dónde está mi hija? Debo resignarme a aceptar la suerte corrida por su marido, pero no puedo evitar sentirme inquieta por la de ella. Se lo suplica una pobre anciana, señor oficial: investigue, se lo ruego, qué fue de mi hija, aunque tenga que arrancar hierba por hierba para encontrarla. Y ese bandolero... ¿Cómo se llama? ¡Ah, sí, Tajomaru! ¡Lo odio! No solamente mató a mi yerno, sino que... (Los sollozos ahogaron sus palabras.)
Confesión de Tajomaru
Sí, yo maté a ese hombre. Pero no a la mujer. ¿Que dónde está ella entonces? Yo no sé nada. ¿Qué quieren de mí? ¡Escuchen! Ustedes no podrían arrancarme por medio de torturas, por muy atroces que fueran, lo que ignoro. Y como nada tengo que perder, nada oculto.
Ayer, pasado el mediodía, encontré a la pareja. El velo agitado por un golpe de viento descubrió el rostro de la mujer. Sí, sólo por un instante... Un segundo después ya no lo veía. La brevedad de esta visión fue causa, tal vez, de que esa cara me pareciese tan hermosa como la de Bosatsu. Repentinamente decidí apoderarme de la mujer, aunque tuviese que matar a su acompañante.
¿Qué? Matar a un hombre no es cosa tan importante como ustedes creen. El rapto de una mujer implica necesariamente la muerte de su compañero. Yo solamente mato mediante el sable que llevo en mi cintura, mientras ustedes matan por medio del poder, del dinero y hasta de una palabra aparentemente benévola. Cuando matan ustedes, la sangre no corre, la víctima continúa viviendo. ¡Pero no la han matado menos! Desde el punto de vista de la gravedad de la falta me pregunto quién es más criminal. (Sonrisa irónica.)
Pero mucho mejor es tener a la mujer sin matar a hombre. Mi humor del momento me indujo a tratar de hacerme de la mujer sin atentar, en lo posible, contra la vida del hombre. Sin embargo, como no podía hacerlo en el concurrido camino a Yamashina, me arreglé para llevar a la pareja a la montaña.
Resultó muy fácil. Haciéndome pasar por otro viajero, les conté que allá, en la montaña, había una vieja tumba, y que en ella yo había descubierto gran cantidad de espejos y de sables. Para ocultarlos de la mirada de los envidiosos los había enterrado en un bosque al pie de la montaña. Yo buscaba a un comprador para ese tesoro, que ofrecía a precio vil. El hombre se interesó visiblemente por la historia... Luego... ¡Es terrible la avaricia! Antes de media hora, la pareja había tomado conmigo el camino de la montaña.
Cuando llegamos ante el bosque, dije a la pareja que los tesoros estaban enterrados allá, y les pedí que me siguieran para verlos. Enceguecido por la codicia, el hombre no encontró motivos para dudar, mientras la mujer prefirió esperar montada en el caballo. Comprendí muy bien su reacción ante la cerrada espesura; era precisamente la actitud que yo esperaba. De modo que, dejando sola a la mujer, penetré en el bosque seguido por el hombre.
Al comienzo, sólo había bambúes. Después de marchar durante un rato, llegamos a un pequeño claro junto al cual se alzaban unos abetos... Era el lugar ideal para poner en práctica mi plan. Abriéndome paso entre la maleza, lo engañé diciéndole con aire sincero que los tesoros estaban bajo esos abetos. El hombre se dirigió sin vacilar un instante hacia esos árboles enclenques. Los bambúes iban raleando, y llegamos al pequeño claro. Y apenas llegamos, me lancé sobre él y lo derribé. Era un hombre armado y parecía robusto, pero no esperaba ser atacado. En un abrir y cerrar de ojos estuvo atado al pie de un abeto. ¿La cuerda? Soy ladrón, siempre llevo una atada a mi cintura, para saltar un cerco, o cosas por el estilo. Para impedirle gritar, tuve que llenarle la boca de hojas secas de bambú.
Cuando lo tuve bien atado, regresé en busca de la mujer, y le dije que viniera conmigo, con el pretexto de que su marido había sufrido un ataque de alguna enfermedad. De más está decir que me creyó. Se desembarazó de su ichimegasa y se internó en el bosque tomada de mi mano. Pero cuando advirtió al hombre atado al pie del abeto, extrajo un puñal que había escondido, no sé cuándo, entre su ropa. Nunca vi una mujer tan intrépida. La menor distracción me habría costado la vida; me hubiera clavado el puñal en el vientre. Aun reaccionando con presteza fue difícil para mí eludir tan furioso ataque. Pero por algo soy el famoso Tajomaru: conseguí desarmarla, sin tener que usar mi arma. Y desarmada, por inflexible que se haya mostrado, nada podía hacer. Obtuve lo que quería sin cometer un asesinato.
Sí, sin cometer un asesinato, yo no tenía motivo alguno para matar a ese hombre. Ya estaba por abandonar el bosque, dejando a la mujer bañada en lágrimas, cuando ella se arrojó a mis brazos como una loca. Y la escuché decir, entrecortadamente, que ella deseaba mi muerte o la de su marido, que no podía soportar la vergüenza ante dos hombres vivos, que eso era peor que la muerte. Esto no era todo. Ella se uniría al que sobreviviera, agregó jadeando. En aquel momento, sentí el violento deseo de matar a ese hombre. (Una oscura emoción produjo en Tajomaru un escalofrío.)
Al escuchar lo que les cuento pueden creer que soy un hombre más cruel que ustedes. Pero ustedes no vieron la cara de esa mujer; no vieron, especialmente, el fuego que brillaba en sus ojos cuando me lo suplicó. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí el deseo de que fuera mi mujer, aunque el cielo me fulminara. Y no fue, lo juro, a causa de la lascivia vil y licenciosa que ustedes pueden imaginar. Si en aquel momento decisivo yo me hubiera guiado sólo por el instinto, me habría alejado después de deshacerme de ella con un puntapié. Y no habría manchado mi espada con la sangre de ese hombre. Pero entonces, cuando miré a la mujer en la penumbra del bosque, decidí no abandonar el lugar sin haber matado a su marido.
Pero aunque había tomado esa decisión, yo no lo iba a matar indefenso. Desaté la cuerda y lo desafié. (Ustedes habrán encontrado esa cuerda al pie del abeto, yo olvidé llevármela.) Hecho una furia, el hombre desenvainó su espada y, sin decir palabra alguna, se precipitó sobre mí. No hay nada que contar, ya conocen el resultado. En el vigésimo tercer asalto mi espada le perforó el pecho. ¡En el vigésimo tercer asalto! Sentí admiración por él, nadie me había resistido más de veinte... (Sereno suspiro.)
Mientras el hombre se desangraba, me volví hacia la mujer, empuñando todavía el arma ensangrentada. ¡Había desaparecido! ¿Para qué lado había tomado? La busqué entre los abetos. El suelo cubierto de hojas secas de bambú no ofrecía rastros. Mi oído no percibió otro sonido que el de los estertores del hombre que agonizaba.
Tal vez al comenzar el combate la mujer había huido a través del bosque en busca de socorro. Ahora ustedes deben tener en cuenta que lo que estaba en juego era mi vida: apoderándome de las armas del muerto retomé el camino hacia la carretera. ¿Qué sucedió después? No vale la pena contarlo. Diré apenas que antes de entrar en la capital vendí la espada. Tarde o temprano sería colgado, siempre lo supe. Condénenme a morir. (Gesto de arrogancia.)
Confesión de una mujer que fue al templo de Kiyomizu
-Después de violarme, el hombre del kimono azul miró burlonamente a mi esposo, que estaba atado. ¡Oh, cuánto odio debió sentir mi esposo! Pero sus contorsiones no hacían más que clavar en su carne la cuerda que lo sujetaba. Instintivamente corrí, mejor dicho, quise correr hacia él. Pero el bandido no me dio tiempo, y arrojándome un puntapié me hizo caer. En ese instante, vi un extraño resplandor en los ojos de mi marido... un resplandor verdaderamente extraño... Cada vez que pienso en esa mirada, me estremezco. Imposibilitado de hablar, mi esposo expresaba por medio de sus ojos lo que sentía. Y eso que destellaba en sus ojos no era cólera ni tristeza. No era otra cosa que un frío desprecio hacia mí. Más anonadada por ese sentimiento que por el golpe del bandido, grité alguna cosa y caí desvanecida.
No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que recuperé la conciencia El bandido había desaparecido y mi marido seguía atado al pie del abeto. Incorporándome penosamente sobre las hojas secas, miré a mi esposo: su expresión era la misma de antes: una mezcla de desprecio y de odio glacial. ¿Vergüenza? ¿Tristeza? ¿Furia? ¿Cómo calificar a lo que sentía en ese momento? Terminé de incorporarme, vacilante; me aproximé a mi marido y le dije:
-Takehiro, después de lo que he sufrido y en esta situación horrible en que me encuentro, ya no podré seguir contigo. ¡No me queda otra cosa que matarme aquí mismo! ¡Pero también exijo tu muerte! Has sido testigo de mi vergüenza! ¡No puedo permitir que me sobrevivas!
Se lo dije gritando. Pero él, inmóvil, seguía mirándome como antes, despectivamente. Conteniendo los latidos de mi corazón, busqué la espada de mi esposo. El bandido debió llevársela, porque no pude encontrarla entre la maleza. El arco y las flechas tampoco estaban. Por casualidad, encontré cerca mi puñal. Lo tomé, y levantándolo sobre Takehiro, repetí:
-Te pido tu vida. Yo te seguiré.
Entonces, por fin movió los labios. Las hojas secas de bambú que le llenaban la boca le impedían hacerse escuchar. Pero un movimiento de sus labios casi imperceptible me dio a entender lo que deseaba. Sin dejar de despreciarme, me estaba diciendo: «Mátame».
Semiconsciente, hundí el puñal en su pecho, a través de su kimono.
Y volví a caer desvanecida. Cuando desperté, miré a mi alrededor. Mi marido, siempre atado, estaba muerto desde hacía tiempo. Sobre su rostro lívido, los rayos del sol poniente, atravesando los bambúes que se entremezclaban con las ramas de los abetos, acariciaban su cadáver. Después... ¿qué me pasó? No tengo fuerzas para contarlo. No logré matarme. Apliqué el cuchillo contra mi garganta, me arrojé a una laguna en el valle... ¡Todo lo probé! Pero, puesto que sigo con vida, no tengo ningún motivo para jactarme. (Triste sonrisa.) Tal vez hasta la infinitamente misericorde Bosatsu abandonaría a una mujer como yo. Pero yo, una mujer que mató a su esposo, que fue violada por un bandido... qué podía hacer. Aunque yo... yo... (Estalla en sollozos.)
Lo que narró el espíritu por labios de una bruja
-El salteador, una vez logrado su fin, se sentó junto a mi mujer y trató de consolarla por todos los medios. Naturalmente, a mí me resultaba imposible decir nada; estaba atado al pie del abeto. Pero la miraba a ella significativamente, tratando de decirle: «No lo escuches, todo lo que dice es mentira». Eso es lo que yo quería hacerle comprender. Pero ella, sentada lánguidamente sobre las hojas muertas de bambú, miraba con fijeza sus rodillas. Daba la impresión de que prestaba oídos a lo que decía el bandido. Al menos, eso es lo que me parecía a mí. El bandido, por su parte, escogía las palabras con habilidad. Me sentí torturado y enceguecido por los celos. Él le decía: «Ahora que tu cuerpo fue mancillado tu marido no querrá saber nada de ti. ¿No quieres abandonarlo y ser mi esposa? Fue a causa del amor que me inspiraste que yo actué de esta manera». Y repetía una y otra vez semejantes argumentos. Ante tal discurso, mi mujer alzó la cabeza como extasiada. Yo mismo no la había visto nunca con expresión tan bella. ¡Y qué piensan ustedes que mi tan bella mujer respondió al ladrón delante de su marido maniatado! Le dijo: «Llévame donde quieras». (Aquí, un largo silencio.)
Pero la traición de mi mujer fue aún mayor. ¡Si no fuera por esto, yo no sufriría tanto en la negrura de esta noche! Cuando, tomada de la mano del bandolero, estaba a punto de abandonar el lugar, se dirigió hacia mí con el rostro pálido, y señalándome con el dedo a mí, que estaba atado al pie del árbol, dijo: «¡Mata a ese hombre! ¡Si queda vivo no podré vivir contigo!». Y gritó una y otra vez como una loca: «¡Mátalo! ¡Acaba con él!». Estas palabras, sonando a coro, me siguen persiguiendo en la eternidad. ¡Acaso pudo salir alguna vez de labios humanos una expresión de deseos tan horrible! ¡Escuchó o ha oído alguno palabras tan malignas! Palabras que... (Se interrumpe, riendo extrañamente.)
Al escucharlas hasta el bandido empalideció. «¡Acaba con este hombre!». Repitiendo esto, mi mujer se aferraba a su brazo. El bandido, mirándola fijamente, no le contestó. Y de inmediato la arrojó de una patada sobre las hojas secas. (Estalla otra vez en carcajadas.) Y mientras se cruzaba lentamente de brazos, el bandido me preguntó: «¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que la mate o que la perdone? No tienes que hacer otra cosa que mover la cabeza. ¿Quieres que la mate?...»
Solamente por esa actitud, yo habría perdonado a ese hombre. (Silencio.)
Mientras yo vacilaba, mi esposa gritó y se escapó, internándose en el bosque. El hombre, sin perder un segundo, se lanzó tras ella, sin poder alcanzarla. Yo contemplaba inmóvil esa pesadilla. Cuando mi mujer se escapó, el bandido se apoderó de mis armas, y cortó la cuerda que me sujetaba en un solo punto. Y mientras desaparecía en el bosque, pude escuchar que murmuraba:
«Esta vez me toca a mí». Tras su desaparición, todo volvió a la calma. Pero no. «¿Alguien llora?», me pregunté. Mientras me liberaba, presté atención: eran mis propios sollozos los que había oído. (La voz calla, por tercera vez, haciendo una larga pausa.)
Por fin, bajo el abeto, liberé completamente mi cuerpo dolorido. Delante mío relucía el puñal que mi esposa había dejado caer. Asiéndolo, lo clavé de un golpe en mi pecho. Sentí un borbotón acre y tibio subir por mi garganta, pero nada me dolió. A medida que mi pecho se entumecía, el silencio se profundizaba. ¡Ah, ese silencio! Ni siquiera cantaba un pájaro en el cielo de aquel bosque. Sólo caía, a través de los bambúes y los abetos, un último rayo de sol que desaparecía... Luego ya no vi bambúes ni abetos. Tendido en tierra, fui envuelto por un denso silencio. En aquel momento, unos pasos furtivos se me acercaron. Traté de volver la cabeza, pero ya me envolvía una difusa oscuridad. Una mano invisible retiraba dulcemente el puñal de mi pecho. La sangre volvió a llenarme la boca. Ese fue el fin. Me hundí en la noche eterna para no regresar...
FIN
1. El shaku es una antigua medida de longitud que equivalía, aproximadamente, a unos treinta centímetros. El sun era la décima parte de un shaku.
23 mayo 2008
Horacio Quiroga
A la Deriva, De "Cuentos de amor, de locura y de muerte"
El hombre pisó algo blanduzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse, con un juramento vio una yararacusú que, arrollada sobre si misma, esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándose las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irritado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho y se echó de brazo sobre la rueda de trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió entre tragos. Pero no había sentido gusto alguna.
-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!
-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.
-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
-Bueno; esto se pone feo... -murmuró entonces, mirando su pie, lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta, que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pacú.
En hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito, de sangre esta vez, dirigió una mirada al sol, que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrio el pantalon con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría llegar jamas él solo a Tacurú-Pacú y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba; pero a los veinte metros, exhaustos, quedó tendido de pecho.
-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oido en vano-. ¡Compadre Alves! ¡No me niegues este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, atrapándola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas, bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, atrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuia, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocio para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pacú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. no sentia ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Vivirá aún su compadre Gaona, en Tacurú-Pacú?. Acaso viera tambien a su ex patrón mister Dougald y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto?. el cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río se frescura crepuscular en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre si misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años?. Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses?. Acaso. ¿Ocho meses y medio?. Eso si, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería?. Y la respiración...
Al recibidor de maderas de mister Douglad, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un Viernes Santo.... ¿Viernes?. Si, o jueves...
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
-Un jueves.
Y cesó de respirar.
El hombre pisó algo blanduzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse, con un juramento vio una yararacusú que, arrollada sobre si misma, esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándose las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irritado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho y se echó de brazo sobre la rueda de trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió entre tragos. Pero no había sentido gusto alguna.
-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!
-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.
-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
-Bueno; esto se pone feo... -murmuró entonces, mirando su pie, lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta, que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pacú.
En hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito, de sangre esta vez, dirigió una mirada al sol, que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrio el pantalon con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría llegar jamas él solo a Tacurú-Pacú y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba; pero a los veinte metros, exhaustos, quedó tendido de pecho.
-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oido en vano-. ¡Compadre Alves! ¡No me niegues este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, atrapándola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas, bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, atrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuia, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocio para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pacú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. no sentia ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Vivirá aún su compadre Gaona, en Tacurú-Pacú?. Acaso viera tambien a su ex patrón mister Dougald y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto?. el cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río se frescura crepuscular en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre si misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años?. Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses?. Acaso. ¿Ocho meses y medio?. Eso si, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería?. Y la respiración...
Al recibidor de maderas de mister Douglad, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un Viernes Santo.... ¿Viernes?. Si, o jueves...
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
-Un jueves.
Y cesó de respirar.
Monterroso
El Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio
Hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.
Hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.
22 mayo 2008
El picador de piedra
Cuenta la leyenda que un humilde picador de piedra vivía resignado en su pobreza, aunque siempre anhelaba con deseo convertirse en un hombre rico y poderoso. Un buen día expresó en voz alta su deseo y cuál fue su sorpresa cuando vio que éste se había hecho realidad: se había convertido en un rico mercader.
Esto le hizo muy feliz hasta el día que conoció a un hombre aún más rico y poderoso que él. Entonces pidió de nuevo ser así y su deseo le fue también concedido. Al poco tiempo se cercioró de que debido a su condición se había creado muchos enemigos y sintió miedo.
Cuando vio cómo un feroz samurai resolvía las divergencias con sus enemigos, pensó que el manejo magistral de un arte de combate le garantizaría la paz y la indestructibilidad. Así que quiso convertirse en un respetado samurai y así fue.
Sin embargo, aún siendo un temido guerrero, sus enemigos habían aumentado en número y peligrosidad. Un día se sorprendió mirando al sol desde la seguridad de la ventana de su casa y pensó: "él si que es superior, ya que nadie puede hacerle daño y siempre está por encima de todas las cosas. ¡ Quiero ser el sol !".
Cuando logró su propósito, tuvo la mala suerte de que una nube se interpuso en su camino entorpeciendo su visión y pensó que la nube era realmente poderosa y así era como realmente le gustaría ser.
Así, se convirtió en nube, pero al ver cómo el viento le arrastraba con su fuerza, la desilusión fue insoportable. Entonces decidió que quería ser viento. Cuando fue viento, observó que aunque soplaba con gran fuerza a una roca, ésta no se movía y pensó: ¡ ella sí que es realmente fuerte: quiero ser una roca ! Al convertirse en roca se sintió invencible porque creía que no existía nada más fuerte que él en todo el universo.
Pero cuál fue su sorpresa al ver que apareció un picador de piedra que tallaba la roca y empezaba a darle la forma que quería pese a su contraria voluntad. Esto le hizo reflexionar y le llevó a pensar que, en definitiva, su condición inicial no era tan mala y que deseaba de nuevo volver a ser el picador de piedra que era en un principio.
Esto le hizo muy feliz hasta el día que conoció a un hombre aún más rico y poderoso que él. Entonces pidió de nuevo ser así y su deseo le fue también concedido. Al poco tiempo se cercioró de que debido a su condición se había creado muchos enemigos y sintió miedo.
Cuando vio cómo un feroz samurai resolvía las divergencias con sus enemigos, pensó que el manejo magistral de un arte de combate le garantizaría la paz y la indestructibilidad. Así que quiso convertirse en un respetado samurai y así fue.
Sin embargo, aún siendo un temido guerrero, sus enemigos habían aumentado en número y peligrosidad. Un día se sorprendió mirando al sol desde la seguridad de la ventana de su casa y pensó: "él si que es superior, ya que nadie puede hacerle daño y siempre está por encima de todas las cosas. ¡ Quiero ser el sol !".
Cuando logró su propósito, tuvo la mala suerte de que una nube se interpuso en su camino entorpeciendo su visión y pensó que la nube era realmente poderosa y así era como realmente le gustaría ser.
Así, se convirtió en nube, pero al ver cómo el viento le arrastraba con su fuerza, la desilusión fue insoportable. Entonces decidió que quería ser viento. Cuando fue viento, observó que aunque soplaba con gran fuerza a una roca, ésta no se movía y pensó: ¡ ella sí que es realmente fuerte: quiero ser una roca ! Al convertirse en roca se sintió invencible porque creía que no existía nada más fuerte que él en todo el universo.
Pero cuál fue su sorpresa al ver que apareció un picador de piedra que tallaba la roca y empezaba a darle la forma que quería pese a su contraria voluntad. Esto le hizo reflexionar y le llevó a pensar que, en definitiva, su condición inicial no era tan mala y que deseaba de nuevo volver a ser el picador de piedra que era en un principio.
20 mayo 2008
John Dryden
[EPITAPH INTENDED TO HIS WOMAN]
[EPITAFIO DIRIGIDO A SU ESPOSA]
JOHN DRYDEN
Traducción de Ángel Luis Pujante
Here lies my wife.Here let her lie!
Now she's at rest
And so am I.
Mi esposa aquí yace.
Dejadla yacer.
Ahora descansa
y yo también.
[EPITAFIO DIRIGIDO A SU ESPOSA]
JOHN DRYDEN
Traducción de Ángel Luis Pujante
Here lies my wife.Here let her lie!
Now she's at rest
And so am I.
Mi esposa aquí yace.
Dejadla yacer.
Ahora descansa
y yo también.
19 mayo 2008
José Watanabe "Acerca de la libertad"
Esta mañana he comprado un pájaro
como se compra una fruta
un ramo de flores
Dicen que el Hokusai compraba pájaros para liberarlos.
También Leonardo
pero midiendo el impulso y el rumbo.
Posiblemente en la infancia he pintado pájaros
pero jamás les he hallado relación exacta con los aviones.
Estoy tentado a liberar este pájaro
a devolverle
Su derecho de morir sobre el viento.
Me van a pedir razones.
Sentiré la obligación de hablar acerca de la libertad
pero mi familia que es muy lógica
dirá que afuera solo
con el viento
a ver qué hago
como se compra una fruta
un ramo de flores
Dicen que el Hokusai compraba pájaros para liberarlos.
También Leonardo
pero midiendo el impulso y el rumbo.
Posiblemente en la infancia he pintado pájaros
pero jamás les he hallado relación exacta con los aviones.
Estoy tentado a liberar este pájaro
a devolverle
Su derecho de morir sobre el viento.
Me van a pedir razones.
Sentiré la obligación de hablar acerca de la libertad
pero mi familia que es muy lógica
dirá que afuera solo
con el viento
a ver qué hago
18 mayo 2008
MARÍA ELOY-GARCÍA
CANTO IKEANO I
a los que nunca fuimos inteligentes ni guapos ni valientes
las mayúsculas nos dieron siempre mucho miedo
las categorías infinitas las lagunas artificiales
las iniciales de los muertos en los periódicos
los que se fueron a la india a resolver su dentro
los que plantaron una oenegé y fundaron un árbol
los que inventaron el día internacional
los que dignificaron la poesía no nos dieron tanto miedo
como los que hundieron la dignidad de lo trivial
pero al fin entendimos una cosa que satisface
nuestro yo más profundo
sin grandes viajes de afuera
vimos las cosas pequeñas de dentro
y nos sentamos a pensar en el sillón de nuestra casa
el agua quieta en su contador
la alta fidelidad de la minicadena
y el karma fue sencillo en zapatillas en vaso de café
estaba justo encima de la mesa de camilla
es una verdad de ikea barata y diseñada
para construirla uno mismo
apúntense a un yoga distinto inconformistas del alma
hay una verdad repartida
que se llama como todas las cosas
a los que nunca fuimos inteligentes ni guapos ni valientes
las mayúsculas nos dieron siempre mucho miedo
las categorías infinitas las lagunas artificiales
las iniciales de los muertos en los periódicos
los que se fueron a la india a resolver su dentro
los que plantaron una oenegé y fundaron un árbol
los que inventaron el día internacional
los que dignificaron la poesía no nos dieron tanto miedo
como los que hundieron la dignidad de lo trivial
pero al fin entendimos una cosa que satisface
nuestro yo más profundo
sin grandes viajes de afuera
vimos las cosas pequeñas de dentro
y nos sentamos a pensar en el sillón de nuestra casa
el agua quieta en su contador
la alta fidelidad de la minicadena
y el karma fue sencillo en zapatillas en vaso de café
estaba justo encima de la mesa de camilla
es una verdad de ikea barata y diseñada
para construirla uno mismo
apúntense a un yoga distinto inconformistas del alma
hay una verdad repartida
que se llama como todas las cosas
17 mayo 2008
Gregorio Morales
PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE
Una gota de agua
es más poderosa que la tempestad.
Hay más materia
en las tinieblas que en la luz.
Las nubes van más lejos
que los ríos.
Lo sutil domina a lo pesado,
lo ínfimo a lo enorme,
lo humilde a lo poderoso.
En un punto
entre la materia y el espíritu,
yo fui hecho por mi pensamiento,
yo decidí inexorablemente
mi pasado, mi presente y mi futuro.
(De Canto cuántico)
Una gota de agua
es más poderosa que la tempestad.
Hay más materia
en las tinieblas que en la luz.
Las nubes van más lejos
que los ríos.
Lo sutil domina a lo pesado,
lo ínfimo a lo enorme,
lo humilde a lo poderoso.
En un punto
entre la materia y el espíritu,
yo fui hecho por mi pensamiento,
yo decidí inexorablemente
mi pasado, mi presente y mi futuro.
(De Canto cuántico)
16 mayo 2008
Belén Juárez
EN ALTAMIRA
El primero de sus quehaceres,
buscar similitud a un cuerpo ya caliente,
que pisa tierra, que bebe, que respira.
Contener el fuego, averiguar el Sol,
cambiar los ídolos por piedras,
y hacerse piedra que resista destrucción.
No viene la mujer a sus espaldas
oculta corazones a la vuelta de los siglos
y fuego será su consentimiento,
su cuerva deseada
su quema caliente
su amor por hacer.
Fue en Altamira, pero nunca existió el fuego.
El primero de sus quehaceres,
buscar similitud a un cuerpo ya caliente,
que pisa tierra, que bebe, que respira.
Contener el fuego, averiguar el Sol,
cambiar los ídolos por piedras,
y hacerse piedra que resista destrucción.
No viene la mujer a sus espaldas
oculta corazones a la vuelta de los siglos
y fuego será su consentimiento,
su cuerva deseada
su quema caliente
su amor por hacer.
Fue en Altamira, pero nunca existió el fuego.
15 mayo 2008
Antonio Enrique
El ruiseñor
EL RUISEÑOR qué pequeño
bajo la bóveda estelar completa.
¿Qué es un ruiseñor
a la curvatura de Júpiter, a los aros
de Urano, al peso de Saturno? ¿Cómo sería de diminuto
en la corteza de los astros más remotos?
Y sin embargo él es el eje
del mundo. Él es
el solo despierto
cuando todo lo inerte arriba
y abajo dormita en silencio.Y sólo existe su amor.
Su amor tan pequeño, en su cuerpo pequeño,
que resuena lejos y lejos,
más allá que nunca de las estrellas.
Su canto color
de los albaricoques.
En las ramas del árbol estelar,
el ruiseñor canta.
Va cayendo el rocío.
EL RUISEÑOR qué pequeño
bajo la bóveda estelar completa.
¿Qué es un ruiseñor
a la curvatura de Júpiter, a los aros
de Urano, al peso de Saturno? ¿Cómo sería de diminuto
en la corteza de los astros más remotos?
Y sin embargo él es el eje
del mundo. Él es
el solo despierto
cuando todo lo inerte arriba
y abajo dormita en silencio.Y sólo existe su amor.
Su amor tan pequeño, en su cuerpo pequeño,
que resuena lejos y lejos,
más allá que nunca de las estrellas.
Su canto color
de los albaricoques.
En las ramas del árbol estelar,
el ruiseñor canta.
Va cayendo el rocío.
“Canto de la certificación de la vía” Yong-kia Hien-Tsiue
Yong-kia: No tengo tiempo que perder.
El problema de la vida-muerte es demasiado importante.
Nuestra existencia es efímera y cambiante.
Hui-neng: ¿No has realizado el principio del no-nacimiento,
que resuelve el problema de la impermanencia?
Yong-kia: Cuando se ha realizado el no-nacimiento
y se ha captado en su carácter súbito el aquí y el ahora,
ya no hay nada.
Hui-neng: ¡Eso es! ¡Eso es!
La otra conversación que mantuvieron fue cuando inmediatamente Yong-kia decidió marcharse:
H: ¡Te marchas muy deprisa!
Y: ¿Cómo habría rapidez, si desde el origen no hay movimiento?
H: ¿Quién te dice que no hay movimiento?
He aquí otra opinión de la mente.
Y: Eres tú quien ha creado una diferenciación.
H: Has comprendido realmente el principio del no-nacimiento.
Y: ¿Tiene un sentido el principio del no-nacimiento?
H: No, no hay significado, ni siquiera del no-nacimiento.
Y: Si no hay significado, no hay nadie para comprenderlo.
H: Tampoco comprender tiene significado.
El problema de la vida-muerte es demasiado importante.
Nuestra existencia es efímera y cambiante.
Hui-neng: ¿No has realizado el principio del no-nacimiento,
que resuelve el problema de la impermanencia?
Yong-kia: Cuando se ha realizado el no-nacimiento
y se ha captado en su carácter súbito el aquí y el ahora,
ya no hay nada.
Hui-neng: ¡Eso es! ¡Eso es!
La otra conversación que mantuvieron fue cuando inmediatamente Yong-kia decidió marcharse:
H: ¡Te marchas muy deprisa!
Y: ¿Cómo habría rapidez, si desde el origen no hay movimiento?
H: ¿Quién te dice que no hay movimiento?
He aquí otra opinión de la mente.
Y: Eres tú quien ha creado una diferenciación.
H: Has comprendido realmente el principio del no-nacimiento.
Y: ¿Tiene un sentido el principio del no-nacimiento?
H: No, no hay significado, ni siquiera del no-nacimiento.
Y: Si no hay significado, no hay nadie para comprenderlo.
H: Tampoco comprender tiene significado.
14 mayo 2008
Bai Juyi
El viejo carbonero
Corta leña en el Monte del Sur; la carboniza.
Ceniza, polvo y humo le han ajado su rostro;
sus sienes están grises, renegridos sus dedos.
Del dinero que gana con el carbón, ¿ qué saca?
Ropa para cubrirse y algo para la boca.
Es delgado su traje, y aún el pobre quiere
que haga más frío para mejor vender su carga.
Anoche un pie de nieve cayó fuera del muro;
de mañana por un camino de hielo lleva el carro.
Ya el sol alto, y el buey cansado, y él hambriento, en el fango
de afuera del portal sur descansan.
¿Quiénes son ese par que se acercan
a caballo, de amarillo y de blanco? - Funcionario y soldado;
con un decreto en mano y órdenes en los labios,
arrean al buey; se llevan al norte la carreta:
toda una tonelada de carbón le han tomado;
y no puede hacer nada, sino aceptar en cambio
diez pies de seda y veinte pies de gasa bermeja,
que ponen a la testa del buey - eso le pagan.
Corta leña en el Monte del Sur; la carboniza.
Ceniza, polvo y humo le han ajado su rostro;
sus sienes están grises, renegridos sus dedos.
Del dinero que gana con el carbón, ¿ qué saca?
Ropa para cubrirse y algo para la boca.
Es delgado su traje, y aún el pobre quiere
que haga más frío para mejor vender su carga.
Anoche un pie de nieve cayó fuera del muro;
de mañana por un camino de hielo lleva el carro.
Ya el sol alto, y el buey cansado, y él hambriento, en el fango
de afuera del portal sur descansan.
¿Quiénes son ese par que se acercan
a caballo, de amarillo y de blanco? - Funcionario y soldado;
con un decreto en mano y órdenes en los labios,
arrean al buey; se llevan al norte la carreta:
toda una tonelada de carbón le han tomado;
y no puede hacer nada, sino aceptar en cambio
diez pies de seda y veinte pies de gasa bermeja,
que ponen a la testa del buey - eso le pagan.
13 mayo 2008
Bai Juyi
Soñando que iba a visitar a Yüan Chen con Li y con Yü
De noche soñé estar en Chang An de regreso;
veía otra vez las caras de los viejos amigos,
en el sueño me iban llevando de la mano bajo el cielo
y el viento de abril en primavera.
Juntos fuimos al Barrio de la Paz y el Reposo;
en casa de Yüan Chen paramos los caballos.
Yüan Chen estaba solo, sentado, y al mirarme llegar,
una sonrisa resplandeció en su rostro.
Señalaba las flores del patio del Oeste
y después abrió vino en el quiosco del norte.
Parecía decir que no habíamos cambiado;
parecía dolerse de tan breve alegría;
que apenas un instante nuestras almas se unieran
para partir de nuevo sin poder saludarnos.
Me desperté y creía que aún estaba a mi lado.
Al extender el brazo, hallé sólo el vacío.
12 mayo 2008
Tao Yuanming
Mudanza de casa
Hubo un tiempo en el que quería vivir en una villa del Sur,
pero no porque me guiaran los augurios.
Había escuchado que muchos hombres simples vivían allí,
con ellos estaría contento de pasar mis mañanas y noches.
Durante muchos años este fue mi deseo,
y hoy voy a realizar mi tarea.
Una cabaña tan pobre no necesita ser espaciosa,
todo lo que quiero es una cama y un colchón.
Con frecuencia mis vecinos vendrán a verme,
discutiremos vociferando acerca de los
tiempos de la antigüedad,
disfrutaremos leyendo juntos escritos raros,
y aclararemos todas las interpretaciones dudosas.
Hubo un tiempo en el que quería vivir en una villa del Sur,
pero no porque me guiaran los augurios.
Había escuchado que muchos hombres simples vivían allí,
con ellos estaría contento de pasar mis mañanas y noches.
Durante muchos años este fue mi deseo,
y hoy voy a realizar mi tarea.
Una cabaña tan pobre no necesita ser espaciosa,
todo lo que quiero es una cama y un colchón.
Con frecuencia mis vecinos vendrán a verme,
discutiremos vociferando acerca de los
tiempos de la antigüedad,
disfrutaremos leyendo juntos escritos raros,
y aclararemos todas las interpretaciones dudosas.
11 mayo 2008
Su Dongpo, Su Shi (1036-1101)
¿Quién dice que la pintura debe parecerse a la realidad?
El que lo dice la mira con ojos sin entendimiento.
¿Quién dice que el poema debe tener un tema?
El que lo dice pierde la poesía del poema.
Pintura y poesía tienen el mismo fin:
frescura límpida, arte más allá del arte.
Los gorriones de Bian Lun pían en el papel,
las flores de Zhao Chang palpitan y huelen,
¿pero que son al lado de estos rollos,
pensamientos-líneas, manchas-espíritus?
¡Quién hubiera pensado que un puntito rojo
provocaría el estallido de una primavera!
El que lo dice la mira con ojos sin entendimiento.
¿Quién dice que el poema debe tener un tema?
El que lo dice pierde la poesía del poema.
Pintura y poesía tienen el mismo fin:
frescura límpida, arte más allá del arte.
Los gorriones de Bian Lun pían en el papel,
las flores de Zhao Chang palpitan y huelen,
¿pero que son al lado de estos rollos,
pensamientos-líneas, manchas-espíritus?
¡Quién hubiera pensado que un puntito rojo
provocaría el estallido de una primavera!
10 mayo 2008
"Té" de Chu Chuang Yi de la Dinastia Tang
A mediodía el sol se vuelve insoportable.
Los pájaros detienen el vuelo
y van a descansar agotados.
Sientáte aquí en la sombra del gran árbol.
Quítate el caluroso saco de lana.
Las pocas nubes que flotan arriba
nada harán para cambiar el calor.
Pondré algo de té para hervir
y cocinaré algunas verduras.
Es buena cosa que no vivas lejos.
Podrás seguir el camino cuando se oculte el sol.
Los pájaros detienen el vuelo
y van a descansar agotados.
Sientáte aquí en la sombra del gran árbol.
Quítate el caluroso saco de lana.
Las pocas nubes que flotan arriba
nada harán para cambiar el calor.
Pondré algo de té para hervir
y cocinaré algunas verduras.
Es buena cosa que no vivas lejos.
Podrás seguir el camino cuando se oculte el sol.
09 mayo 2008
08 mayo 2008
Su shi (1036-1101)
Lamento de la campesina
Duerme un mes en el campo,
en una estera...
En el tiempo propicio arroz cosecha y lo acarrea
sudorosa-los hombros doloridos-de su casa al mercado.
El grano es del patrón.
Sólo recoge el precio del salvado.
Vende su búfalo para pagar impuestos,
rompe su casa para quemar la leña
y del frió librarse.
¿Pero... que hará el año venidero
para no tener hambre?
Duerme un mes en el campo,
en una estera...
En el tiempo propicio arroz cosecha y lo acarrea
sudorosa-los hombros doloridos-de su casa al mercado.
El grano es del patrón.
Sólo recoge el precio del salvado.
Vende su búfalo para pagar impuestos,
rompe su casa para quemar la leña
y del frió librarse.
¿Pero... que hará el año venidero
para no tener hambre?
07 mayo 2008
ELPAIS.com
El informático que iba para poeta y acabó enseñando a rimar a los ordenadores
Pablo Gervás, responsable de investigación sobre generadores de lenguaje natural de la Complutense, presenta sus programas poeta en la Feria del Libro de Madrid
MARÍA G. SILVA - Madrid - 08/06/2005
Iba para poeta y acabó enseñando métrica del Siglo de Oro a su ordenador. Y lo que comenzó como una artimaña para seducir a las chicas se convirtió en el germen de sus seis programas poeta, un software capaz de juntar palabras, contar sílabas y rimar.
Pablo Gervás
Iba para poeta y acabó enseñando métrica del Siglo de Oro a su ordenador. Lo quiso el azar (o sus notas) cuando en el impreso de preinscripción de la Universidad escribió Informática en la primera opción y Filología en la segunda. Entró en Informática. Fue la época en que escribía para seducir a las chicas y, “como no lo hacía muy bien”, se le ocurrió pedirle ayuda a su computador. Plantó la idea en su trabajo de fin de carrera y la semilla germinada le ha traído hasta el presente. Ahora, las niñas de sus ojos son Torpe, Aplicado, Meticuloso, Perezoso, el Juez y el Loco. Nombres que, aunque podrían pertenecer a los siete enanitos, hacen referencia a los seis programas poeta que ha ido desarrollando desde el año 2000, los WASPo (Wishful Automatic Spanish Poet, en inglés), que han recibido varios premios, entre ellos uno de la Universidad de Cambridge. Los presentó la semana pasada en la Feria del Libro de Madrid, donde contrastó los versos automáticos que produce su inteligencia artificial con los de la poetisa María Sainz. En directo. Protegidos de la intensa lluvia por la carpa de las Universidades. “No salieron nada mal parados”, asegura, optimista, este profesor de 37 años, que lleva ocho en el Departamento de Sistemas Informáticos y Programación de la Facultad de Informática de la Complutense.
Pregunta. Describa el proceso creativo de sus poetas automáticos.
Respuesta. Son una familia de programas. Cada uno genera poesía de distinta manera a partir de una frase que propone el usuario. El Perezoso sólo reparte las palabras del mensaje como caigan, en forma de versos. El Torpe, el Aplicado y el Meticuloso recurren a una base de conocimiento, de poemas que tienen memorizados, e intentan que el resultado suene como los clásicos. En distinto grado, dependiendo de lo que se les exija: Meticuloso escribe cuartetos clásicos, el Loco es el más estricto con la métrica pero sacrifica en mayor medida la coherencia del mensaje…
P. Entonces, no es un proceso automático, el usuario tiene el primer impulso creativo.
R. Claro. De momento, yo defino el programa como una herramienta. El usuario debe ir eligiendo entre las opciones que le proponen los Poetas y de su interacción va surgiendo algo mejor. El ordenador ayuda a llevar la cuenta de la métrica, pero es la persona física la que debe elegir las palabras, llevar la parte creativa. Estamos explorando caminos para que la máquina sea cada vez más original, pero de momento no lo es, trabaja en colaboración con la persona.
P. ¿Qué tipo de poesía componen?
R.Están pensados para gente que intenta juntar palabras como lo hacían Quevedo o Góngora, del Siglo de Oro castellano. Se trata de rimar dentro de unas normas muy rígidas. Y les sale poesía festiva. El otro día, en la Feria del Libro, realizamos una comparación con María Saínz. Además de poetisa, es médico en el Hospital Clínico y escribe unas composiciones tenebrosas y socialmente comprometidas, en verso libre. En contraposición, los Poetas generan cosas mucho más ligeras. Ella carga más las tintas en el contenido semántico de las palabras. Encima, como es presidenta de la Asociación de Lectura y Escritura, defendía la importancia de la emotividad humana y la charla estuvo animada.
P. No me diga que usted aboga por la creatividad computacional por encima de la humana porque no me lo creo…
R. Pues mire, los Poetas automáticos no salieron tan mal parados del contraste… De todos modos, ya le digo que es la interacción la que puede provocar la chispa. El otro día, la gente alabó mucho al Poeta Loco por su gracia surrealista. Se me ocurre que puede crear una incoherencia sugerente para el poeta. Como punto de partida. La depuración se encargaría del resto.
P ¿Qué se está haciendo a nivel internacional?
R. El IJCAI es un congreso internacional sobre Inteligencia Artificial que se celebra cada dos años (este verano, en Edimburgo). Allí voy a dirigir un taller de creatividad computacional. Además, la cuestión está empezando a atraer el interés de personas de prestigio internacional, sobre todo en música. Pero también en literatura: mitos griegos, cuentos... En Francia, el grupo de intelectuales Álamo crea poesía por ordenador. Ray Kurzweil, el autor de La Era de las máquinas espirituales, incluye una parte sobre poesía automática en su libro…
P. ¿Y no cree que, hoy por hoy, componer rima del siglo de Oro o imitar a los mitos clásicos son aplicaciones un poco obsoletas?
R. El Siglo de Oro es un interés propio. Pero hago otras cosas. Al grupo de trabajo que dirijo en la Complutense no le interesa la poesía clásica y se ha decantado por las letras de hip hop. También investigamos generación de fábulas, síntesis de voz con emoción (una voz artificial no tan enlatada) narrativa interactiva, personalización de contenidos… Todo lo que tenga que ver con el lenguaje. Con investigar hasta qué punto pueden las máquinas manejarlo, modelarlo.
P. ¿Y sigue escribiendo poesía?
R. La verdad es que no. Eso ya lo dejo para mis Poetas.
El informático que iba para poeta y acabó enseñando a rimar a los ordenadores
Pablo Gervás, responsable de investigación sobre generadores de lenguaje natural de la Complutense, presenta sus programas poeta en la Feria del Libro de Madrid
MARÍA G. SILVA - Madrid - 08/06/2005
Iba para poeta y acabó enseñando métrica del Siglo de Oro a su ordenador. Y lo que comenzó como una artimaña para seducir a las chicas se convirtió en el germen de sus seis programas poeta, un software capaz de juntar palabras, contar sílabas y rimar.
Pablo Gervás
Iba para poeta y acabó enseñando métrica del Siglo de Oro a su ordenador. Lo quiso el azar (o sus notas) cuando en el impreso de preinscripción de la Universidad escribió Informática en la primera opción y Filología en la segunda. Entró en Informática. Fue la época en que escribía para seducir a las chicas y, “como no lo hacía muy bien”, se le ocurrió pedirle ayuda a su computador. Plantó la idea en su trabajo de fin de carrera y la semilla germinada le ha traído hasta el presente. Ahora, las niñas de sus ojos son Torpe, Aplicado, Meticuloso, Perezoso, el Juez y el Loco. Nombres que, aunque podrían pertenecer a los siete enanitos, hacen referencia a los seis programas poeta que ha ido desarrollando desde el año 2000, los WASPo (Wishful Automatic Spanish Poet, en inglés), que han recibido varios premios, entre ellos uno de la Universidad de Cambridge. Los presentó la semana pasada en la Feria del Libro de Madrid, donde contrastó los versos automáticos que produce su inteligencia artificial con los de la poetisa María Sainz. En directo. Protegidos de la intensa lluvia por la carpa de las Universidades. “No salieron nada mal parados”, asegura, optimista, este profesor de 37 años, que lleva ocho en el Departamento de Sistemas Informáticos y Programación de la Facultad de Informática de la Complutense.
Pregunta. Describa el proceso creativo de sus poetas automáticos.
Respuesta. Son una familia de programas. Cada uno genera poesía de distinta manera a partir de una frase que propone el usuario. El Perezoso sólo reparte las palabras del mensaje como caigan, en forma de versos. El Torpe, el Aplicado y el Meticuloso recurren a una base de conocimiento, de poemas que tienen memorizados, e intentan que el resultado suene como los clásicos. En distinto grado, dependiendo de lo que se les exija: Meticuloso escribe cuartetos clásicos, el Loco es el más estricto con la métrica pero sacrifica en mayor medida la coherencia del mensaje…
P. Entonces, no es un proceso automático, el usuario tiene el primer impulso creativo.
R. Claro. De momento, yo defino el programa como una herramienta. El usuario debe ir eligiendo entre las opciones que le proponen los Poetas y de su interacción va surgiendo algo mejor. El ordenador ayuda a llevar la cuenta de la métrica, pero es la persona física la que debe elegir las palabras, llevar la parte creativa. Estamos explorando caminos para que la máquina sea cada vez más original, pero de momento no lo es, trabaja en colaboración con la persona.
P. ¿Qué tipo de poesía componen?
R.Están pensados para gente que intenta juntar palabras como lo hacían Quevedo o Góngora, del Siglo de Oro castellano. Se trata de rimar dentro de unas normas muy rígidas. Y les sale poesía festiva. El otro día, en la Feria del Libro, realizamos una comparación con María Saínz. Además de poetisa, es médico en el Hospital Clínico y escribe unas composiciones tenebrosas y socialmente comprometidas, en verso libre. En contraposición, los Poetas generan cosas mucho más ligeras. Ella carga más las tintas en el contenido semántico de las palabras. Encima, como es presidenta de la Asociación de Lectura y Escritura, defendía la importancia de la emotividad humana y la charla estuvo animada.
P. No me diga que usted aboga por la creatividad computacional por encima de la humana porque no me lo creo…
R. Pues mire, los Poetas automáticos no salieron tan mal parados del contraste… De todos modos, ya le digo que es la interacción la que puede provocar la chispa. El otro día, la gente alabó mucho al Poeta Loco por su gracia surrealista. Se me ocurre que puede crear una incoherencia sugerente para el poeta. Como punto de partida. La depuración se encargaría del resto.
P ¿Qué se está haciendo a nivel internacional?
R. El IJCAI es un congreso internacional sobre Inteligencia Artificial que se celebra cada dos años (este verano, en Edimburgo). Allí voy a dirigir un taller de creatividad computacional. Además, la cuestión está empezando a atraer el interés de personas de prestigio internacional, sobre todo en música. Pero también en literatura: mitos griegos, cuentos... En Francia, el grupo de intelectuales Álamo crea poesía por ordenador. Ray Kurzweil, el autor de La Era de las máquinas espirituales, incluye una parte sobre poesía automática en su libro…
P. ¿Y no cree que, hoy por hoy, componer rima del siglo de Oro o imitar a los mitos clásicos son aplicaciones un poco obsoletas?
R. El Siglo de Oro es un interés propio. Pero hago otras cosas. Al grupo de trabajo que dirijo en la Complutense no le interesa la poesía clásica y se ha decantado por las letras de hip hop. También investigamos generación de fábulas, síntesis de voz con emoción (una voz artificial no tan enlatada) narrativa interactiva, personalización de contenidos… Todo lo que tenga que ver con el lenguaje. Con investigar hasta qué punto pueden las máquinas manejarlo, modelarlo.
P. ¿Y sigue escribiendo poesía?
R. La verdad es que no. Eso ya lo dejo para mis Poetas.
06 mayo 2008
Confesiones, Libro XI, San Agustín.
Pero, Qué cosa es el tiempo? Quién podrá fácil y brevemente explicarlo? Quién es el que puede formar ideas claras de lo que es el tiempo, de modo que se pueda explicar bien a otro? Y, por otra parte, Qué cosa hay más común y más usada en nuestras conversaciones que el tiempo? Entendemos bien lo que decimos cuando hablamos del tiempo, y lo entendemos también cuando otros nos hablan de él? Pero, Qué cosa es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, yo lo sé, para entenderlo; pero si quiero explicarlo a quien me lo pregunte no lo sé para explicarlo. Pero me atrevo a decir que sé con certidumbre que sin ninguna cosa pasada no hubiera tiempo pasado, que si ninguna sobreviniera no habría tiempo futuro y si ninguna cosa existiera no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos que he nombrado, pasado y futuro, De qué modo son o existen si el pasado ya no es y el futuro no existe todavía? Y en cuanto al tiempo presente, Es cierto que si siempre fuera presente y no se mudara ni se fuera a ser pasado, ya no sería tiempo sino eternidad? Luego, si el tiempo presente, para que sea tiempo es preciso que deje de ser presente y se convierta en pasado, cómo decimos que el presente existe y tiene ser, puesto que su ser estriba en que dejará de ser, pues no podremos decir con verdad que el presente es tiempo sino en cuanto camina a dejar de ser.
02 mayo 2008
japoneses.
La nieve ha caído
imperceptiblemente,
con lo que va a ser difícil
encontrar el camino
de vuelta a casa.
Colorado. Boulder. Invierno.
Sobrevolaré las desérticas Rocosas, los páramos donde son nieve, donde el espíritu del lobo corre.
Córdoba, la Subbética, los amigos.
imperceptiblemente,
con lo que va a ser difícil
encontrar el camino
de vuelta a casa.
Colorado. Boulder. Invierno.
Sobrevolaré las desérticas Rocosas, los páramos donde son nieve, donde el espíritu del lobo corre.
Córdoba, la Subbética, los amigos.
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